Driving down the darkness

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La cortina violeta

Detrás de la cortina violeta se esconde un poema que hace mucho pensé, pero que jamás escribí. Detrás de ella están los números de teléfono que se borraron de mis palmas sudorosas. Un perro muerto, mi bicicleta de a los nueve y mi mejor amigo de la primaria. Está una ex y todos los regalos que me dio en mi cumpleaños.
Detrás de la cortina violeta está un hombre de grandes barbas con un revólver debajo de la chaqueta. Está una mujer muerta de hemorragia interna que no deja de gritar. Ahí está el dueño de un bar que murió hace mucho y que quiere regresar a servir tragos. Está ese payaso que nunca se ve contento porque alguien decidió traicionarle.
Detrás de la cortina violeta está una mujer que me besó en un partido de béisbol. Está una noche estrellada que vi recostado en la batea de una camioneta roja. Hay cientos de flores y regalos que jamás di a alguien que no existió. Ahí están las palabras y los discursos que se desmoronaron con una mirada.
Hay un ser oscuro cuya voz escucho desde fuera de la cortina de día y de noche, un ser que tiembla cuando escucha cierta voz en especial, un ser que gruñe y se arrastra, es aquel que desea devorarme de una sola mordida. Es al que he evadido por muchos años.
Detrás de la cortina violeta hay muchas cosas, hay un cuarto muy viejo iluminado por un foco amarillo. Al fondo de ese cuarto hay un espejo al que uno no debe mirarse, porque podría atraparte y dejar que lo que habita ahí salga.
Junto a la cortina está el maestro de ceremonias de sombrero de copa y bastón negro, ese ente divertido pero traicionero. Hay una parte de mí que nadie conoce, que a veces quiere salir. Esa parte de mí fue la que puso el espejo. No entren, y que a nadie se le ocurra tocar a la puerta, porque al que llama se le abrirá.

jueves, 20 de octubre de 2011

La casa de Silvia

En la casa de Silvia hay cuatro figuras de barro de guerreros medievales a cada lado del sendero que va desde la entrada a la puerta de madera. Todos poseen cierto aire solemne y si fueran guerreros de verdad, a pesar de que no son iguales, se pensaría que provienen de la misma casta. Cuando Silvia llegó a esa casa ellos ya estaban ahí y jamás se le ocurrió quitarlos. Eran tan viejos como la misma tierra y tenían el derecho de permanecer donde se les había puesto.
Una mañana Silvia regresaba del hospital cuando encontró una caja grande y pesada que llevaba la dirección pero no a quien iba dirigido, en vez de eso llevaba una etiqueta que decía: "Para quien habite esta casa". Así que Silvia abrió el paquete. Dentro venía otra figura de barro, pero esta vez era un guerrero de largas barbas un poco más grande que recordaba, si no a un rey, a un capitán. En su brazo izquierdo había otra pequeña nota.
"Añádalo a los otros, no le causarán ningún problema. Al contrario, ellos la protegerán si es necesario."
No venía firmada. Sin embargo, Silvia no tuvo ningún argumento en contra de seguir la indicación, puesto que no era ni supersticiosa ni incrédula del todo. Así pues, la colección aumentó a cinco caballeros medievales que resguardaban el sendero a casa.
Más tarde, ese mismo día, llegó a la casa otra visita no menos esperada. Era Rubén, el novio de Silvia, que venía por una segunda oportunidad. Un par de días antes Silvia había ingresado al Hospital debido a varios golpes en la espalda y en las piernas por los múltiples golpes que su Rubén le había propinado después de una borrachera. No se había levantado ninguna denuncia, así que no le sorprendió a ella que él se aparaciese como si nada unos días después. Sin embargo, no requirió mucho para que ella lo perdonara y lo dejara volver.
Entonces volvieron a la comodidad de la rutina en la que Rubén sometía a Silvia día y noche. Aunque esta vez había algo que para él era diferente.
Probablemente fuera la imaginación de Rubén, pero afirmaba que desde que había vuelto se sentía observado en casi todo momento, además de que por las noches escuchaba ruidos extraños en el jardín. Silvia no hizo caso de esas especulaciones, pero era muy evidente que el ambiente de la casa había cambiado esta vez.
Extrañamente Rubén y Silvia no habían tenido una discusión desde esa última vez en que él la había mandado al hospital a base de patadas y puñetazos en el estómago. Algo los había mantenido en paz todo ese tiempo. Pero la estabilidad rara vez perdura, y una noche de octubre Rubén llegó alcoholizado a la casa buscando a Silvia.
En ese estado era peligrosamente fuerte y agresivo, por lo que ella no perdió tiempo y se encerró en su habitación. Rubén llegó cantando una canción y se dirigió a la habitación. Al encontrarse con la puerta cerrada con llave la pateó a la vez que ordenaba que le abrieran. Silvia tuvo miedo, comenzó a llorar y fue a refugiarse al rincón.
"Ellos la protegerán si es necesario."
En ese momento deseó que eso fuera más que una nota pegada en el brazo de una figura, deseó que fuera una promesa real. Deseó que de pronto Rubén muriera de un ataque.
Crack. La puerta no resistió a los golpes y se abrió despidiendo muchas astillas. Rubén entró lleno de una furia embriagante que estaba traducida en una sonrisa burlona, al verla sentada en el rincón esa euforia aumentó.
Fue hasta ella y la tomó de los cabellos para llevarla hasta la cama. Ahí la abofeteó una y otra vez con el revés de la mano, hasta que Silvia en un arranque de desesperación pateó su entrepierna. Cuando tuvo la oportunidad salió huyendo. Mientras Rubén se retorcía Silvia fue a la cocina a buscar algo con que defenderse, en esos momentos de angustia tardó en vislumbrar lo que realmente buscaba, y antes de que pudiera encontrar el cuchillo grande de la cocina Rubén ya estaba detrás propinándole una patada debajo de las pantorrillas. Cuando estuvo en el suelo la tomó de los brazos y la arrastró por el suelo hasta la sala.
-¿Crees que puedes lastimarme y salirte con la tuya?- dijo Rubén y pateó a Silvia en las piernas, una, otra, otra y otra vez. Ella estaba tan asustada que solo se cubrió el rostro con los brazos y lloró amargamente. Silvia realmente pensó que esta vez no sobreviviría, de nuevo pensó fuertemente en la nota del caballero de barro y en lo mucho que deseaba que Rubén muriera.
Él seguía pateándola en el costado cuando sintió un golpe que le dio de lleno en la parte posterior de la cabeza. Se desplomó. Silvia mantuvo los ojos cerrados con los brazos custodiando su cara e ignoró los pasos que escuchó cerca. Luego esos mismos pasos se alejaron.
Empezó a llover. Lo único que se escuchó al principio fue el golpeteo de la lluvia en el techo. Silvia seguía en el piso llorando amargamente cuando escuchó que Rubén gritaba afuera. Con esfuerzo se incorporó y gateó hasta la puerta para ver por qué Rubén gritaba, pero antes de que ella llegara a ver qué pasaba él dejó de gritar, dejando en el ambiente sólo el sonido de la lluvia.
Cuando llegó a la puerta vio a los cinco caballeros que estaban de pie alrededor del cuerpo de Rubén con aire solemne. Todos se percataron de que la señora de la casa los contemplaba. Con esfuerzo Silvia se puso de pie y se quedó en el umbral de la puerta, los cinco caballeros se acercaron y se arrodillaron ante ella en reverencia. Después todos regresaron a sus posiciones y se quedaron allí hasta que tomaron su forma original dejando el cuerpo de Rubén en medio de ellos.

domingo, 2 de octubre de 2011

Noche de guardia

Como cada noche de guardia Arturo se disponía a preparar y organizar todo lo que le tocaría hacer durante las ocho horas que estaría en la clínica. Se encontraba engullendo un sandwich cuando uno de los familiares de la paciente a la que cuidaba lo interrumpió diciendo que la señora no se sentía bien. Acudió pues a verla. Durante el chequeo la señora refirió que sentía náuseas y mucho frío. Tras tomarle la presión y la frecuencia cardíaca Arturo le indicó que eran los nervios posoperatorios y que si los síntomas empeoraban tomaría las medidas necesarias.
Así pasaron un par de horas hasta que la señora volvió a sentirse mal. Entonces Arturo acudió nuevamente a revisarla.
- Doctor, otra vez tengo ganas de vomitar.
- Ok, entonces tendremos que...
La paciente se incorporó y abrió los ojos, entonces vomitó encima de Arturo. Ambos se sorprendieron al notar que lo que había salido de ella era sangre muy oscura.
- Doctor, discúlpeme no...- dijo y empezó a vomitar de nuevo, pero esta vez vomitó hasta que no hubo más que vomitar. Pronto se retorció de dolor y gritó. Arturo estaba petrificado así que no pudo hacer nada. Pronto la mujer dejó de retorcerse y murió con los ojos abiertos.
El familiar de la mujer gritó de horror. Arturo solo balbuceó algo y salió de la habitación. Fue a la central de enfermeras y se sentó, él también estaba en shock pues jamás había presenciado algo tan horrible. El familiar dejó de gritar y se hizo un silencio aterrador en la clínica. No sabía qué pensar y mucho menos qué hacer.
De pronto el familiar empezó a gritar otra vez, aunque en esa ocasión era algo distinto. No era un grito de dolor sino de terror profundo y desesperación. Rápidamente Arturo se dirigió a la habitación de la paciente, tocó antes de entrar y abrió la puerta. Lo que vio en esa habitación lo paralizó. La señora que creía muerta se encontraba encima del hombre arrancándole pedazos de carne y llevándoselos a la boca. El hombre dejó de gritar y de existir, en ese momento solo se escuchaban los gruñidos de la cosa que tenía en frente.
Horrorizado por lo que veía Arturo se apresuró a salir de ahí y cerrar la puerta, pero la cosa lo olfateó y se abalanzó hacia él. Apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta, después solo se escuchó que la mujer se estrelló contra la puerta y comenzaba a arañarla.
En el pasillo había un hacha en caso de emergencias, así que Arturo se hizo de ella rompiendo el cristal. La criatura dejó de arañar la puerta. Arturo se acercó a la habitación para entrar, el plan sería entrar y liarse con la mujer convertida en monstruo. Giró la perilla y abrió. La mujer estaba encima de la cama, acechando, y en cuanto lo vio se le fue encima. Arturo la recibió con un hachazo que se incrustó en su tórax, la criatura cayó al suelo y él se lió con ella. Destrozó tanto como pudo y no paró hasta que estuvo demasiado seguro de que ya no se movería de nuevo.
El olor a sangre y el cansancio de los brazos lo hizo reaccionar. Se apresuró a salir a la calle para pedir ayuda. Cuando llegó a la puerta se encontró con un hombre que parecía herido.
- ¡Doctor! Por favor, ayúdeme, me ha mordido... ¡Aquí! Por favor doctor...
El hombre le mostraba su brazo izquierdo con una mordida de la que aún brotaba sangre. Arturo se apresuró a abrir pero, como en ocasiones de igual estrés, no encontraba la llave en el repleto llavero. De la nada aparecieron otras tres criaturas que corrían hacia donde Arturo y el hombre estaban. En menos de lo que ambos esperaban los tres hombres alcanzaron la reja del edificio. Arturo ya no podía hacer nada más y se alejó de la puerta mientras las tres criaturas procedieron a atacar al hombre mordido. Frente a sus ojos lo despedazaron y engulleron partes del hombre.
Y como si alguien los hubiera llamado aparecieron aún más criaturas de las calles cercanas. Algunos llegaron a comerse los restos del hombre herido y otros quisieron entrar a la clínica. De pronto Arturo se encontró frente a una multitud de rostros hambrientos y salvajes que vociferaban (o gruñían) por entrar. Estiraban las manos para alcanzar al temeroso doctor a la vez que empujaban la reja.
Entonces Arturo recordó que aún tenía el hacha. La tomó y se lió contra los brazos que trataban de alcanzarlo, así cayeron tres, cuatro, seis extremidades. Un charco de sangre se formó y a cada hachazo se hacía mas grande. Pero eran demasiados, partió varias cabezas y aún así la presión aumentaba al grado que los goznes de la reja comenzaron a ceder.
Arturo gritó tan fuerte como pudo, pero el rugido colectivo ahogaba su voz. Además parecía ser el último hombre cuerdo. Se empezaba a cansar cuando los goznes terminaron por romperse y las criaturas derribaron la reja. Entraron en una estampida y se abalanzaron sobre el asustado doctor, que al verlos entrar se asió de todas sus fuerzas y abatió el hacha cortando todo a su paso.
Eran demasiados. Lo rodearon y sintió como lo jalaban, como le desgarraban la bata. Alguno lo mordió y otros le clavaban las uñas. Tenía tanto miedo que perdió el control de sus esfínteres, y no se dio cuenta de cuándo empezó a perder el conocimiento.
Todo se volvió oscuridad.
Despertó más tarde cuando un policía le picó el costado con la punta del pie. Al abrir los ojos encontró que aún estaba aferrado al hacha manchada de sangre. Frente a él transportaban un cuerpo cubierto con una sábana blanca y las únicas criaturas alrededor de él eran los vecinos curiosos que lo miraban horrorizados. Lo levantaron, le quitaron el hacha y lo esposaron para trasladarlo a los separos. Forcejeó con los policías aunque no sirviera de nada.
En el acta que figuraría en el expediente de Arturo decía que habían encontrado al joven doctor al pie de la puerta principal, la cual se encontraba dañada en varios puntos, con el arma homicida. Dentro de las instalaciones encontraron el cuerpo mutilado de la señora (...) que había sido asesinada a hachazos por el doctor Artutro.
Y a pesar de las diferentes versiones de lo que había pasado esa noche nunca se supo qué era lo que había llevado al doctor a asesinar a su paciente de treinta y dos años.

martes, 27 de septiembre de 2011

Lo importante es seguir

"Me hubiera gustado tener esta tranquilidad hace media hora" pensó Augusto mientras sorbía el último trago de whisky.
Esa misma tarde había comprado una botella de regreso a casa. Extraordinariamente había salido temprano de trabajar y se disponía a degustar dicha bebida junto a su esposa después de la cena. Con lo que no contaba era que al llegar se encontraría con las maletas de su mujer en la entrada de la casa. Por un instante hasta le pareció algo funesto ver el juego de maletas que habían comprado algunos meses atrás. Pero pronto se dio cuenta de que no era algo para reírse. Entró a la casa y se topó de frente con Julia, su mujer, y preguntó qué pasaba.
- Me voy, eso es lo que pasa- dijo Julia sin reparar en la sequedad en su forma de hablar.
Augusto sabía muy bien que ella quería irse y hoy era el día en que la Sra. Julia se largaba de casa. No dijo nada y entró en la casa. Julia siguió preparándose para salir y no regresar.
Unos segundos después Augusto apareció en la puerta de la casa con una escopeta en mano. De espaldas a Julia colocó el cañón de la escopeta en su nuca. Julia quiso gritar, pero entendió al instante que esta vez no era un simple coraje lo que Augusto sentía, esta vez haría lo imposible para que ella se quedase. De modo que cooperó y ambos regresaron a la sala.
Llegando ahí Augusto le ordenó en silencio a Julia que se sentara en la sala y que no dijera nada llevándose el índice a los labios. Se sentaron distanciados por un par de metros y ambos guardaron silencio.
Augusto se puso la escopeta en el regazo y fijó la mirada en Julia en señal de que ahora podía hablar, pero ella se negó apretando los labios. Permanecieron cinco minutos en silencio hasta que Augusto levantó el arma y le apuntó a Julia.
- ¿Qué haces?- pero Augusto no respondería, así que Julia habló- ¿Por qué haces esto? No tienes que terminarlo así, mira yo sé que esto no es fácil para ti y no lo es tampoco para mí. Te juro que es por el bien de nosotros...- Augusto jaló un poco el gatillo y Julia empezó a desesperarse y a hablar torpemente- ¿Por qué Augusto? Tú no eras así, recuerda a aquel hombre tierno y cariñoso del que me enamoré ¿te acuerdas? Cuando me conociste en esa fiesta de tu trabajo y tú...- Esta vez Augusto alzó la escopeta para fijar su blanco y apuntó hacia el pecho de Julia, ella empezó a gritar- ¡Por favor Augusto! No lo hagas, prometo que...
- Shhhh...- dijo él, ella ya casi no recordaba el sonido de su voz.
Augusto se puso de pie y se sentó más cerca de Julia, colocó nuevamente la escopeta en sus piernas apuntándola y con un ademán le ordenó que continuara. Julia empezó a llorar incontrolable. Pero al fin se contuvo y habló de nuevo.
- Por favor, no hagas esto. Solo déjame ir, es lo mejor para nosotros.- Ese último comentario despertó el interés de él, ella se dio cuenta y le respondió- Sí. Nuestra relación ya no es lo que era antes, no es que ya no te quiera, es que tú has cambiado mucho. Te has vuelto demasiado distante y ya no me das la misma atención que cuando nos casamos. Augusto, yo te amo, pero si no vas a poner nada de tu parte creo que lo mejor será que yo me vaya, porque no haces nada por nosotros. Ya ni siquiera te interesas por esta casa, siento que cada día te encierras más en tus propios pensamientos y no quiero eso para mí.
Augusto seguía con la misma mirada sin expresión, la miraba fijamente y la escuchaba. Julia continuó.
- Tu apatía es lo que me puede, por más que trato de llamar tu atención tú simplemente no reaccionas. A ver, dime cuándo fue la última vez que hicimos el amor. O cuándo fue la última vez que me siquiera me tocaste. ¿Eh? Anda, contéstame.
Pero Augusto no dijo nada, la siguió mirando inexpresivo.
- ¿No dirás nada? ¡Eres un maldito cobarde! Si vas a matarme hazlo, pero siquiera ten la decencia de responderme. Dime, dime si estás interesado en mí o si lo único que quieres es conservar tu ego intacto.
Julia estaba enfurecida y Augusto no movía ni un dedo. Sus ojos la miraban a ella pero estaban vacíos.
- ¡Hijo de puta! Contéstame, te ordeno que me contestes...
Se llevó las manos al rostro y empezó a llorar de coraje, mientras Augusto la miraba sin descuidar a dónde apuntaba la escopeta. Cuando el llanto amainó un poco ella prosiguió.
- Por favor, déjame ir. Si lo haces prometo no decir nada de esto a nadie, de verdad, solo deja que me vaya. Por favor.
Por primera vez desde que llegaron a la sala Augusto apartó la mirada de Julia. Se levantó. Julia cerró fuertemente los ojos y alzó los brazos para protegerse el rostro. Los pasos de él se acercaron pero no se detuvieron sino que la pasaron de largo. Pronto se escuchó que el picaporte de la puerta giró. Julia abrió los ojos y vio que Augusto estaba parado junto a la puerta con la mirada gacha dándole la oportunidad de salir. Julia dudó por un instante pero al final se paró para irse. Llegando a donde Augusto estaba se detuvo.
- Gracias- dijo y besó la mejilla de Augusto.
Julia recogió sus maletas y avanzó hacia la entrada después de mirarlo de nuevo. Caminó un par de pasos y...
- ¿Julia?
Ella volteó para mirarlo. Augusto jaló el gatillo y con un estruendo la mitad superior de la cabeza de Julia se convirtió en una mancha de sangre y carne. Augusto dejó la escopeta y fue a la cocina por un vaso del whisky que había comprado. Después, cuando estuvo más tranquilo fue a su habitación por su caja de habanos. Tomó el cortapuros y fue a donde el cuerpo de Julia estaba. Miró sus dedos y vio que aún llevaba puesto el anillo de bodas. Introdujo el delgado dedo en el cortapuros y cortó.
Después tomó el dedo y regresó a su habitación para guardar el anular con todo y anillo en su caja de habanos. En esa caja guardaba dos dedos más marcados con rótulos que figuraban los nombres de otras dos mujeres. En un pedazo de papel escribió "Julia" y en él envolvió el dedo.
Media hora más tarde tomó su propia maleta y su caja de habanos. Bajó a la sala para envolver, esta vez, a Julia en la alfombra de la sala. Cuando estuvo bien atada subió el cuerpo al auto y salió de la casa.
"Desearía haber tenido esta tranquilidad hace un par de horas" pensó Augusto. Ya había llegado a la caseta que lo sacaba de la ciudad. ¿A dónde se dirigía? No lo sabía, pero lo más difícil ya había pasado. De la guantera sacó una docena de credenciales atadas por una liga y las revisó.
-Rodrigo...
Devolvió el fajo de credenciales a la guantera y tiró la vieja a lado del camino. Cerró los ojos un instante y siguió el camino que lo había traído hasta allí. ¿Terminaría algún día? Tal vez, lo importante era seguir.

viernes, 29 de julio de 2011

A mamá se la llevó el río...

Detrás de la casa pasa el río. Aunque solo llama la atención en los meses que llueve, el resto del año es un riachuelo maloliente. “Pronto llegarán las lluvias”, anuncia Papá. Y tiene razón, unos días después llegan las primeras precipitaciones de la temporada, el río será llenado de nuevo.
La casa se inunda con el ruido de las aguas que fluyendo. Es relajante, pero a Mamá no le parece así. Está molesta. Últimamente se irrita con cualquier cosa, pero sobretodo con Papá. Los he escuchado, piensan separarse pronto. Pero Papá es demasiado débil para abandonar a Mamá y sabe que no la pasará bien cuando ya no estén juntos. Mamá se aprovecha de eso. Seguido hace que el viejo haga cosas por ella, lo convence de que le compre regalos que no necesita, pero lo peor es que lo humilla, y él solo agacha la cabeza.
No es que yo sea pesimista, pero creo que lo mejor es que ambos se dejen en paz. Los quiero a los dos, de verdad.
Hoy todo ha sido silencio excepto por el sonido del río. Papá está trabajando y mamá mira la televisión. De nuevo se ha desatado la lluvia sobre la casa y las goteras reaparecen junto con el incomprensible enojo de Mamá. Papá aparece en la puerta y anuncia que ha llegado, pero ni bien ha terminado la frase y mamá ya ha empezado a gritar.
Gritos y más gritos. Mamá ya ha sacado el arsenal de comentarios hirientes que afiló mientras veía su telenovela. Siempre es lo mismo, Papá parece que tomará valor para enfrentarse a Mamá, pero ella sabe dónde cortar para hacerlo desangrar. El viejo siempre pierde las fuerzas y se rinde. Mañana reparará las goteras.
Por unos días las cosas van bien. Pero entonces Mamá descubre que una de sus fotos favoritas se ha estropeado por una de las goteras que Papá no reparó. Estalla de ira y va contra todo lo que puede. Papá no fue a trabajar, y cuando no trabaja pasa las tardes leyendo. Mamá interrumpe su concentración gritando. Papá trata de hacerla callar pero ella grita aún más fuerte, pronto se dan cuenta que los veo y deciden irse de ahí. Cuando pelean suben a la azotea, como si ahí no los escuchara.
Afuera el río suena.
Arriba ya se escuchan pasos y gritos. En el techo hay agujeros y grietas por las que el agua nuevamente ha empezado a filtrarse. Estallan algunos rayos en el cielo y se desata la lluvia otra vez pero con más fuerza que antes, como si el clima respondiera al estado de ánimo de mis padres. De pronto ya no se escuchan sus gritos, solo se escucha el silbar del viento y el río embravecido.
Ahora me gustaría subir y suplicarles a los dos que paren ya, que terminen todo de una maldita vez. No me importa si debo quedarme con uno o con otro, si debo ver a Papá solo dos horas en domingo o si mamá se casa con otro fulano. No importa, pero que detengan esto. Me pregunto si han pensado en lo que pienso de ellos. A veces se olvidan de mí, y eso está bien.
La lluvia arrecia y no puedo escuchar ni siquiera sus pasos. Estalla de nuevo un rayo en el cerro, su luz se termina pero su sonido se prolonga…
Pero no era el rayo, es Mamá que grita porque ha caído del techo. Se escucha un golpe sordo afuera, cerca del río, me asomo a ver. Por un momento creí que la encontraría muerta, pero me sorprendo al ver que sigue viva y aferrada a la orilla del río. Pero no le queda mucho tiempo pues el río lleva demasiada fuerza y Mamá está demasiado débil. Papá está arriba mirando anonadado. Pero no espera demasiado para bajar. Como era de esperarse Mamá sucumbe y el río se la lleva lejos, muy lejos.
Regreso a la casa, estoy triste, y encuentro a Papá sentado en su sofá con un libro en el regazo.
- Papá, ¿por qué dejaste ir a Mamá?
- No lo sé.
- Todavía podemos salvarla.
- No, déjala. Quizás algún día vuelva.

martes, 10 de mayo de 2011

Diez de Mayo

Mamá llora. Llora mirando a través de la ventana, mira la lluvia que golpea el cristal y piensa. Piensa en el dolor que siente, se frota las manos contra los muslos restregándose las sábanas y vuelve a llorar. Llora por la fecha que muestra hoy el calendario.
No llores mamá.
Pero mamá no puede dejar de llorar porque papá está sentado frente a ella y es incapaz de decirle algo que la haga sentir mejor. Llora porque el ginecólogo no le pudo dar esperanzas, llora porque nadie ni nada pudo evitar que perdiera el fruto de sus anhelos.
Papá se ha quedado callado.
Calla porque se siente pequeño ante un problema tan complicado, calla porque siente que cualquier cosa echará a perder más los sentimientos de mamá. Papá también quiere llorar, pero no puede, si alguien debe ser fuerte tiene que ser él. Ojalá algún día entiendan que ninguno tuvo la culpa. Ni mamá, ni papá, ni el ginecólogo.
Ni yo tampoco.
No llores mamá. La tarde se ha tornado gris y así mismo sus corazones, pero no pierdan la esperanza, ya llegarán nuevas oportunidades. Mamá llora porque el dolor físico se le ha corrido al alma, y ya no llora por la operación, llora porque el maldito calendario no cambia. Llora porque tendrá que esperar para poder ser llamada madre.
Mamá llora porque hoy dejé de existir antes de existir. Llora porque hoy es diez de mayo y nadie la puede felicitar.

martes, 22 de marzo de 2011

Adiós...

Esteban yacía sentado en la tercera fila de sillas de la capilla en la que velaban el cuerpo de la abuela muerta de su mejor amigo. Estaba cansado y los ojos se le cerraban por ratos. Había llegado una hora antes de la oficina, venía de una larga y conflictiva jornada de trabajo, por lo que su mayor deseo en ese momento era el de sucumbir al sueño y dormir al menos dos días. La fila de adelante estaba ocupada por algunos familiares de la difunta y en la primera se hallaba Raúl, su amigo, junto con sus padres y su hermana.

La ceremonia estaba a punto de empezar. Al frente se hallaba al féretro color negro que contenía el inerte cuerpo de la mujer que le había dado vida a una familia de renombre en la ciudad de Oaxaca, y detrás se encontraban acomodados los numerosos arreglos florales que los amigos y familiares habían llevado en honor a la abuela. Al lado derecho del ataúd había un púlpito con un micrófono y una biblia abierta encima, ambas cosas anunciaban con su silencio que aquél era un momento de solemnidad, lo que hacía que Esteban se sintiera incómodo.

Se sentía mal por la familia, de eso no había duda. El problema era que en realidad pensaba que su empatía no estaba con la familia de su amigo. No. Creía que estar ahí era un acto de hipocresía pues nunca había conocido a la fallecida anciana, solo había intercambiado palabras con ella un poco antes de que su estado de salud se tornara crítico. Eso sí, sabía que lo que había acabado con ella era un cáncer de páncreas que hizo metástasis en los pulmones.

El micrófono y la Biblia aún seguían esperando silenciosos sobre el púlpito cuando el pastor de la iglesia se hizo presente en la sala. “La iglesia a la que todos aquí asisten, todos menos yo”, pensó Esteban sintiéndose un tanto decepcionado de sí mismo pues hacía mucho que ni siquiera abría la Biblia que sus padres le habían regalado. El ministro avanzó silencioso y solemne entre por el pasillo que se abría entre las dos grandes agrupaciones de sillas, su paso era seguro pero al mismo tiempo dejaba ver la tristeza que embargaba a la gran mayoría.

Todos permanecieron muy callados, algunos oraban mediante susurros y otros se limitaban a mirarse pensativos y nostálgicos unos a otros. Cuando al fin el hombre de traje negro y corbata roja llegó al estrado todos guardaron un absoluto silencio al ver que tomaba la Biblia con una mano y el micrófono con la otra. Pareció meditar unos veinte segundos y luego empezó. Fue un discurso bastante sobrio, alagando y recalcando los atributos de la señora madre de una de las familias más importantes de Oaxaca, pero, por más que Esteban trataba de evitar pensarlo, fue completamente superficial y falso.

Trataba de alejar esos pensamientos de su mente por pensar en que estaba mal de su parte actuar con tal hipocresía. Entonces el pastor leyó un par de versículos de la Biblia haciendo referencia a la forma en que Dios consuela a los que padecen pérdidas semejantes. En ese momento dejó de prestar atención y se entregó a sus pensamientos dejando muy atrás la capilla y el velorio.

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¿Qué hacía ahí? No sentía nada por la difunta más que inmensa pena por la forma en que vivió las últimas semanas de su vida, y por otra parte alivio por saber que ahora nos sufriría más de lo que ya había sufrido. No la conocía para nada y ni siquiera podía decir que le resultaba simpática, pues la única vez que había tenido contacto con ella la señora se había limitado a quedarse callada y preguntar un par de cosas triviales.

Pero eso no significaba que la despreciara. No. Simplemente no podía sentir luto por alguien a quien ni siquiera había conocido. Había asistido al velorio porque pensaba que era la mejor forma de proveer de apoyo moral a su amigo.

Entonces el cansancio empezó a ganar la batalla que ocurría en la voluntad de Esteban, por ratos cerraba los ojos para darles un poco de descanso y en un momento dado se quedó dormido.

**************

Cuando despertó se sorprendió al ver que se hallaba completamente solo dentro de la capilla apenas poblada por numerosas sillas vacías. El féretro aún estaba al frente y las flores aún despedían un olor melancólico pero agradable. La solemnidad del momento aún reinaba dentro del lugar, también se seguían escuchando los rezos y oraciones, pero Esteban no tardó en notar que venían de la capilla contigua a pesar de estar soñoliento.

Estaba embelesado contemplando la soledad del lugar y la belleza nostálgica de las flores, tanto que ni siquiera reparó en que realidad no estaba solo. En la primera fila se hallaba una mujer esbelta de cabellos oscuros atados por un listón negro. Su vestido era del mismo color, estaba muy quieta y por la proximidad advirtió que estaba rezando. Una necesidad de hablar con ella lo embargó, no sabía de dónde había salido pero era muy latente, tenía que hablar con aquella mujer. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el frente no importándole desordenar un poco las sillas previamente acomodadas.

Ante el ruido que ocasionó las sillas golpearse unas con otras la mujer volteó a verlo. Echó solo un vistazo y regresó a su posición anterior, con las manos entrelazadas sobre los muslos y la mirada baja. El muchacho se acercó torpemente aún cegado por el trance al despertar, frotándose los brazos para evitar que el calor se escapara de su cuerpo soñoliento. Llegó al frente con pasos un tanto inseguros, se detuvo frente a ella y la miró.

Su rostro estaba muy pálido, tenía unas leves ojeras y la mirada extremadamente triste, “triste hasta la muerte” pensó Esteban. Las manos le temblaban y susurraba palabras que no se alcanzaban a escuchar. Se acercó para escuchar su rezo pero en ese momento ella se detuvo y lo miró a los ojos. Sintió un estremecimiento que le recorrió la espalda con una fría caricia que le llegó hasta la piel cabelluda.

Era una mirada llena hasta el tope de melancolía, pero detrás de la superficie se notaba un destello de alivio. “Tiene ojos hermosos…” pensó en voz alta. La mujer se ruborizó un poco, pero casi de inmediato volvió a su expresión casi muerta. Era realmente hermosa, después diría que jamás había visto ni vería una mujer más bella que ella. Tenía los ojos fijos en algún sitio detrás de él, así que volteó para cerciorarse de ello y al volverse se encontró con el ataúd cerrado.

- ¿Era tu abuela?- masculló Esteban inseguro de si era la pregunta indicada. En efecto, no lo era, la mujer se quedó callada mirando el féretro. - ¿Cómo te llamas?
- Eso no importa- dijo la mujer con un susurro que apenas había alcanzado a escuchar.
Se sintió de alguna manera conectado con ella, como si la hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo. Tardó un tiempo entender que en realidad sentía atracción y no conexión con la chica silenciosa. Mientras la admiró. Admiró su esbelta figura con sus pronunciadas curvas, sus pechos perfectos y caderas pronunciadas, su piel blanca y tersa, su rostro de facciones finas, sus ojos verdes y hermosos. Se estaba enamorando de sus labios intensamente rojos, de su cabello rizado y oscuro. Divagó por un momento y regresó en sí para seguir hablando con ella.
- ¿A dónde se han ido todos?- preguntó esperando que esa pregunta se acercara más a la correcta.
- No lo sé, ¿tú a dónde crees?- replicó ella, y su voz se le antojaba aterciopelada.
- A la cafetería, quizá… O a la recepción…
- No…- atajó- Están más lejos, sus voces se escuchan lejanas, casi no los oigo.
- Yo no escucho nada- dijo volteando a su alrededor buscando indicios de gente o tratando de escuchar lo que ella escuchaba.
- Por supuesto que no, de hecho ni siquiera deberías estar aquí- quitó su mirada del ataúd y la posó sobre los ojos de Esteban. Él lo calificaría como un momento inolvidable.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con los otros rezando? Aquí los rezos no son admitidos, aquí debe de haber silencio para que pueda pasar…
- ¿A dónde?- cuestionó haciendo un gesto de incredulidad.
- Al otro lado- su mirada se volvió a posar sobre el féretro.
- ¿De qué hablas?- en ese momento se percató de que algo había cambiado. Ya no se hallaba en la capilla, se encontraba en otro lugar en el que no debería estar- ¿Dónde estoy…?- Fue lo único que alcanzó a decir.

Se levantó espantado por el reciente descubrimiento, rápido apartó de nuevo las sillas y corrió hacia la puerta que estaba tras de ellos. Fue grande su sorpresa cuando se topó con otra pared igual a las otras tres, lisas y con tres lámparas pegadas a ella. Pero sin puerta. Volvió sobre sus pasos y encaró a la mujer.

- ¿Qué carajos está pasando aquí?- Le dijo tratando de contener su creciente ira- ¿Dónde estamos?
- En un lugar entre dos lugares- dijo ella sin dejar de mirar el féretro.
- Y eso ¿qué significa?
- Que hasta aquí puedes llegar, no puedes venir conmigo. No. Aunque lo quisieras. Todos venimos aquí solos, hasta los que tratan de venir en parejas los separan cuando llegan al vestíbulo. Cuando llegamos al pasillo blanco todos podemos decidir a cuál de todas las puertas queremos entrar, pero dicen que todas llevan al mismo lugar.
- ¿A dónde?- preguntó ya un poco harto y aun tratando de contener un grito de furia y frustración.
- Aquí, tonto.
Se llevó las manos detrás de la cabeza tratando de comprender la locura que estaba viviendo en ese momento, no entendía nada de nada. Hacía unos momentos estaba junto a todos los demás escuchando un discurso aburrido y monótono acerca de alguien a quien no había conocido, él no había querido ir, él no…

- Ya sé que no querías venir…- Dijo la mujer serenamente. Esteban quedó petrificado al escuchar aquellas palabras, trató de articular una frase pero ni siquiera pudo balbucear. Su piel palideció considerablemente. – Sé que no querías venir, yo no necesitaba que vinieras, de hecho no necesitaba de nadie. Cuando has llegado a este punto ya no hace falta la compañía, es lo de menos. Aquí la cuestión es esperar paciente a que llegue tu turno. Pero no lo entiendes, ni lo entenderás hasta que llegue tu momento. Por eso debes irte. Debes despertar antes de que llegue mi hora, porque si me ven contigo no me dejarán salir.

La mujer tomó la mano de Esteban, era paradójicamente caliente. Le besó y añadió:

- Gracias por venir…

Sintió que las piernas le temblaban y de nuevo sintió los párpados pesados, se mareó y cayó entre las sillas desordenadas.

****************
- … y que el Señor la tenga en su Santa Gloria.

Nadie aplaudió, todos se levantaron silenciosos y uno por uno pasaron hacia delante a darle el pésame a la familia. Esteban despertó ante el tumulto de gente que deseaba abrazar y alentar a la familia. Se levantó avergonzado por haberse quedado dormido.

***************

Solo quedaban Raúl y Esteban en la capilla, hablaban en voz baja. Raúl se veía enflaquecido y triste.

- Gracias por habernos acompañado- dijo el mejor amigo dándole una palmada en la espalda.
- No hay de qué, para eso somos hermanos.
- Sabes, casi no la conociste.
- No, solo la vi una vez.

Raúl sonrió. Se dirigió hacia el féretro que aún estaba cerrado y lo abrió.
- Ven…- Dijo Raúl

Esteban se acercó y miró a la abuela. Tenía puesto un vestido negro, sus rizos encanecidos estaban sujetados por un listón negro. Parecía que sonreía.

- Oye, ¿de qué color eran los ojos de tu abuela?- preguntó inseguro de si era una pregunta adecuada.
- Verdes. ¿Por?
- No por nada…

Cerraron el féretro y salieron a la recepción para reunirse con lo demás. Cuando llegaron a la puerta se escuchó el murmullo de la gente. Pero Esteban escuchó algo más, algo que hasta hoy sigue escuchando por las noches antes de acostarse, esa voz aterciopelada que le susurra:

- Gracias por venir…

sábado, 5 de marzo de 2011

Un pequeño paréntesis (desahogo)

Por lo regular Jos siempre suponía que las cosas eran mucho más sencillas de lo que aparentaban ser. Así como cuando un profesor de la escuela te dice que su examen será mucho peor que el examen de admisión de la UNAM y a fin de cuentas termina siendo un examen digno de un chico de sexto grado de primaria. Gozaba de una firme e inquebrantable creencia de que las cosas siempre saldrían bien y de que todo a fin de cuentas tendría solución.
Y por supuesto que lo creía, ¿por qué no? Toda su vida había sido así desde que tiene memoria ha sabido que todos sus problemas tuvieron, tienen y tendrán su respectiva solución, quizás algunos se resolvieron o se resuelvan tarde, pero lo hicieron, lo hacen y lo harán y eso es todo lo que a él le importaba. Como lo he dicho antes, su existencia estaba plagada de ejemplos muy claros de que todo al final se resuelve.
Recordemos, por ejemplo, las veces en que se encontró a sí mismo metido en problemas con sus padres, como cuando en un arrebato de ira descompuso cierto aparato de video que después quedó inservible. En ese momento se despertó en él una desesperación atroz que lo hizo pensar en las peores cosas que podrían pasar. Tenía al menos ocho años, en esa época lo que más temía era ese cinturón Calvin Klein que mamá colgaba de un perchero de madera en la entrada de su habitación. Era un miedo completamente comprensible cuando en su pierna izquierda aún estaba tatuado el nombre del famoso diseñador con una costra de unos diez centímetros.
Después de haber abierto el aparato para tratar de sacar una cinta atascada (cabe mencionar que siempre fue lo que sus padres denominaban “cusco” y desarmaba cuanta cosa pudiera deshacerse solo con la ayuda de su colección de desarmadores) y de haber fallado en el intento vociferó contra el pedazo de tecnología y le arrojó uno de sus desarmadores de mango color negro. El resultado fueron muchas pequeñas piezas en el suelo y una abolladura en el costado derecho de la videocasetera.
Se la pasó dos horas y media tratando de rearmar todo y ocultarlo, las piezas pequeñas las escondió debajo de su almohada (… vamos, ¿qué puedes esperar de un niño de nueve años desesperado y en cuestiones de mentir inhábil?) y montó la tapa de la videocasetera Panasonic en su lugar con ayuda de sus queridos desarmadores. Mientras tanto se la pasó maldiciendo el momento en el que decidió que era una buena idea desarmar el aparato sin saber siquiera el funcionamiento de éste, aunque más tarde se daría cuenta de que si lo hubiera conectado a la corriente eléctrica habría sido suficiente para que el VHS atascado saliera sin problema.
Unos minutos después de que terminara de montar la video llegó su padre y al ver el desastre descolgó el cinturón Calvin Klein del perchero. Lo demás es historia. El punto es que a pesar de todas las excusas y explicaciones que pensó, a pesar del sincero arrepentimiento que sentía por haber echado a perder la única videocasetera de su padre y de otras cosas el final fue el mismo que temía. En el momento no lo entendió, pero con los años aprendería que todo siempre tiene una solución, ya sea benéfica o dañina, pero solución después de todo. Y también aprendió que todo tiene solución, menos la muerte.
Uno de sus tantos ejemplos era el de sus propios padres, sus milagrosos padres. Cuando él tenía trece años su madre se hernió un par de discos intervertebrales, lo cual afectó gravemente sus brazos y, por lo tanto, el estilo de vida tan activo que llevaba. Esto ocurrió a causa de una luxación que tuvo en el cuello en el parto de su tercer hijo. Así que su madre quedó incapacitada casi totalmente por al menos unos seis meses. Fue un golpe realmente duro para su familia, tanto que a su padre, ante tal carga de estrés por la enfermedad de su esposa, sucumbió temporalmente ante un derrame cerebral causado por el aumento de su presión.
En un principio Jos creyó que su padre no saldría de esa situación, incluso en ese lapso de tiempo soñó muchas veces que papá moría. Algunas veces solo soñaba con su funeral. Vivió entonces con una de las hermanas de su mamá y es una etapa que Jos aún recuerda con cierto cariño pero con profunda tristeza también. (Con cariño porque ese periodo le ayudó a fortalecer su amistad con su primo, además de que vivió experiencias de las que aprendió muchas cosas relacionadas con crecer y madurar, claro que en la medida respectiva a su edad).
Así pasó medio año lleno de incertidumbre y de recuperación milagrosa. A su madre la operaron con éxito y a su padre también, aunque tuvieron contratiempos al momento de la cirugía. Después de tres meses su padre ya caminaba y su madre ya casi había regresado a su forma habitual de ser.
¿Dónde quedó la incertidumbre después de eso? Ni él ni yo lo sabemos, pero ahora nos queda claro que todo era parte de esto que escribo ahora. Todas las piezas regresan a su lugar.
Hoy él se encuentra ante una decisión que debe tomar sin titubear. Ya está decidido, lo sé porque lo conozco demasiado bien, sin embargo queda aún la espina del “qué dirán”. Al final él hará lo correcto y en unos cinco años más recapitularemos y veremos que mejor forma no había. Ahora Jos está trabajando en un cuento nuevo llamado “Aquí acaba el miedo”, no le falta mucho pero como suele sucederle tiene problemas con el desarrollo de la historia.
Así que las personas que lean esto les diré una cosa: Cuando las cosas pasan y ya están hechas el preocuparnos y desesperarnos no arreglarán nada. Lo que está hecho no cambiará, si la regaste ni modos, llorar y lamentarte no te devolverá las cosas perdidas ni te regresará en el tiempo, al contrario, solo te hará sentir peor y te nublará el pensamiento. Lo que si puede cambiar es la forma en la que afrontarás las consecuencias, ¿con miedo para agravar las cosas? ¿o con prudencia y madurez para remendar los errores? Sé que esto no entrará en la cabeza de muchos y que muchas personas no están preparadas para esto y que muchísimas personas más me dirán que esto ya se lo sabían. Pero a los que esto les sirva me alegra que les pueda ser de ayuda.
Por último quiero decir Gracias a todas las personas que leen este blog, no son muchos pero esos pocos les debo mi gratitud por alentarme a seguir escribiendo. Me despido de mi público invisible con un batir de manos invisible.

Atte. Esteban García Rey

miércoles, 9 de febrero de 2011

Función de medianoche

Un silencio sepulcral llenaba la carpa en su totalidad y recorría las gradas vacías rodeando el escenario solitario. De entre las sombras surgió una figura alta y delgada, que desprendía una estela de humo, quizás de niebla, que inundaba el lugar poco a poco. Blandía un bastón en su mano izquierda mientras caminaba con pasos rítmicos y funestos, con su mano derecha acariciaba el borde de su sombrero de copa. Los reflectores se encendieron haciendo más visible la soledad de la carpa, la estela fue avanzando entre las gradas, llenándolas de su extraña niebla y a medida que avanzaba cubría el escenario también.

Entonces la carpa fue cobrando vida. Las risas y los alaridos se hicieron presentes, comenzando primero como un ligero susurro y creciendo en el ambiente hasta convertirse en el rugido de una multitud sedienta de magia.

La figura del maestro se hizo más que clara cuando las luces de los reflectores le dieron de lleno sobre el sombrío cuerpo. Aun blandiendo el bastón de empuñadura de oro sacó un reloj de bolsillo y lo miró, un minuto para las doce. Una sonrisa se dibujó en su rostro y alzó la vista para buscar a su público. La multitud aclamaba al anfitrión de la gala con un estruendo de aplausos y gritos desesperados, enfermos de ansiedad. Los segundos iban muriendo con un tic que era bastante audible a pesar de la estridente muchedumbre. “Tres... Dos… Uno…” Abatió el bastón con un ademán brusco pero seguro. La multitud se silenció al instante.

- Buenas noches, damas y caballeros, bienvenidos sean todos ustedes al espectáculo sobrenatural…- dijo el maestro captando la atención de todo el auditorio- Antes que nada debo agradecerles a todos por haber asistido hoy a ésta su casa. Esta noche tendremos una velada espectacular- El auditorio esperaba callado, casi como hipnotizados por el bastón negro que el anfitrión seguía blandiendo con la mano.- Un show lleno de magia y color, con los más divertidos número y los animales más exóticos e insólitos que jamás hayan visto.- Por un instante dejó de blandir el bastón- Ahora, manténganse en sus asientos y por favor… Disfruten la función.

Volvió a blandir el bastón y esta vez golpeó su sombrero con la empuñadura, para después describir en el aire un círculo perfecto. El suelo pareció crujir provocando un ruido que llenó a los espectadores de incertidumbre, dejándolos al filo de las butacas. Tras el crujido la tierra empezó a temblar y un sonido lejano apareció en el fondo del túnel de entrada. Gradualmente se fue intensificando hasta ser lo suficientemente claro. Eran pasos, como los de una gran marcha, se escuchaban rítmicos y contrastados por el sonido de los redobles y los bombos, después sazonado con el sonar de las trompetas.

Y en ese momento aparecieron los integrantes de la gran marcha. Un grupo de payasos entró encabezando la procesión agitando aros, haciendo malabares con pelotas de colores, llenando la carpa con sus sonoras risas. La multitud estalló en un estruendo de voces y alaridos excitados, era como una furia incontrolable y tan feroz como el rugido de un león hambriento de sangre.

Los payasos siguieron su alegre algarabía de trompetas y tambores, bailando al ritmo de su propia música. Después sonidos de animales se unieron a la orquesta de los comediantes de los rostros pintados y pelucas coloridas. Un grupo de chimpancés entraron en escena, venían vestidos con ropas ridículas que los hacían parecer una parodia de la aristocracia del siglo XIX, bailaban chillando y haciendo muecas graciosas, provocando nuevos gritos y risas. El maestro seguía blandiendo su bastón de manera que recordaba al director de una sinfónica, con un ritmo que solo él conocía.

La estela de niebla seguía saliendo de él, solo que esta vez lo hacía con mucha más intensidad, incluso aparecieron muecas y gestos de estar haciendo un gran esfuerzo en la cara del gran anfitrión. Después de los chimpancés siguieron un par de osos negros, imponentes y magníficos, que llevaban sobre sí grandes y gruesas cadenas de oro resplandeciente ante la luz de los reflectores, que más que hacerlos parecer cautivos les daba un aire de supremacía. Tras entrar al escenario ambos rugieron para reiterar su notable presencia.

Una pareja de leones de melenas frondosas llegaron en un solemne silencio, mirando indiferentes al público que los aclamaba con feroces gritos. Pero no tardaron en finiquitar su elipsis con un rugido que casi sacudió la carpa entera, y con el cual la multitud pareció enloquecer aún más. Poco después entraron tres perros amaestrados que danzaban sobres sus patas traseras. “Vaya espectáculo”, pensó el maestro sin dejar de esgrimir el bastón negro de empuñadura de oro. Unos instantes más tarde, un par de jinetes montados en caballos blancos entraron a escena, ambos portaban en sus manos látigos que hacían resonar en el aire.

El público miraba, reía, gritaba, lloraba, maldecía. Por momentos parecía una ejecución de algún asesino o hereje en la hoguera durante la Edad Media. Lo que había comenzado como un espectáculo de magia y color comenzó a tornarse enfermizo. La gente no aclamaba la graciosa estupidez de los payasos, ni la simpática actuación de los chimpancés, ni mucho menos la gracia de los jinetes al hacer trotar con delicadeza a los caballos. No, ellos parecían pedir algo más, algo retorcido que se ocultaba tras el gran espectáculo y tras el maquillaje y los ridículos atuendos.

Fue entonces cuando el maestro empezó a cansarse y se notaba en el bastón, que ahora se movía más lento y con menos gracia. En ese momento el público halló la oportunidad de convertir ese instante en lo que ellos habían esperado desde hace mucho tiempo, algo que anhelaban desde el día en que fueron creados. Los movimientos del bastón se fueron aminorando cada vez más, hasta que por fin se detuvieron con un ademán interrumpido y violento. La música paró y todos detuvieron la fiesta, el público también calló.

Por un instante todo fue silencio, los payasos se miraban entre sí, preguntándose qué pasaría entonces. Los animales se limitaron a quedarse en sus respectivos lugares mientras que los jinetes dirigían sus miradas hacia el maestro. Él yacía doblado de la fatiga en el fondo del escenario, respirando con dificultad y frotándose el pecho con la mano libre, porque nunca soltó el bastón. Y cuando muecas de dolor surgieron en su rostro todas sus miradas se posaron sobre él y su frac negro y reluciente.

Ojos consternados se clavaban sobre su cuerpo interrogándole, sus propias creaciones lo cuestionaban, le demandaban más y más. Las miradas fueron cambiando hasta convertirse en ojos furibundos llenos de odio, el público estalló nuevamente en un maligno mar de gritos ensordecedores. Querían más de lo que él les podía dar, no les bastaba con el espectáculo que el maestro les había preparado, querían al maestro mismo. El bramido de la muchedumbre era casi insoportable, y entonces todos se volvieron contra su anfitrión. “¡Córtenle la cabeza!” gimió una voz del público, y el resto lo correspondió con una aclamación atroz y fueron creando un coro sediento de derramar sangre ajena.

Sin embargo, los animales y payasos parecían indecisos, aunque no tardaron en comprender la petición del auditorio. Un par de segundos después giraron hacia el maestro, quien aún se hallaba indispuesto. Los payasos fueron los primeros en volverse contra él y ahora sus rostros habían cambiado, de tener caras graciosas y coloridos trajes habían pasado a ser grises y molestos. Sus mandíbulas se abrieron para vociferar, pero en vez de gritos más bien parecían ladridos.

Los chimpancés iniciaron un lastimoso e histérico chillido, los osos y los leones rugieron acercándose al maestro lentamente. Ahora la música se había tornado estridente y molesta, los tambores sonaban sin ritmo y las trompetas solo emitían sonidos chillantes y horribles. Los jinetes hicieron avanzar a sus caballos, que resoplaban por sus narices y relinchaban a la vez que se paraban sobre sus cuartos traseros, amenazando con sus cascos delanteros.

“¡Córtenle la cabeza!” gritaba el público enardecido y sediento de sangre, lo único que deseaban ver era la caída del hombre que le daba vida a ese espectáculo. “¡Córtenle la cabeza!” clamaba nuevamente el iracundo tumulto, en ese momento el maestro comenzaba a perder el control sobre la realidad. De entre las gradas alguien le entregó a uno de los payasos un hacha, que lucía resplandeciente y mortalmente afilada, y éste la sostuvo entre sus blancas manos.

“¡Córtenle la cabeza!”, rugía la multitud, “¡Córtenla, córtenla!”, sus bizarras creaciones se acercaban cada vez más, pero el maestro aun no recuperaba del todo sus fuerzas. Los jinetes hicieron chasquear sus látigos y lo hicieron retroceder unos pasos, el payaso del hacha comenzó a acercarse con pasos firmes y amenazantes, pero ni así perdía su funesta forma de andar. El público ardía en la posibilidad de ver completados sus enfermos sueños lanzando alaridos teñidos de locura. El payaso del hacha se acercaba aún más, blandiendo el hacha una y otra vez.

De pronto echó a correr hacia el maestro, como un perro que busca febrilmente un pedazo de carne, y a un metro de él se lanzó preparando el hacha y…
Solo se escuchó el sonido del bastón cortando el viento y después todo fue silencio…

- Gracias, damas y caballeros, por habernos acompañado esta noche- decía el ya más tranquilo anfitrión mientras elevaba de nuevo el bastón- Espero que lo hayan disfrutado y que todo haya sido de su agrado. Espero volverlos a ver aquí a todos ustedes- Señalaba ahora a las gradas vacías y solitarias recorriéndolas con la empuñadura- Por hoy esto es todo. Buenas noches…

“Y muchas gracias…”

Su voz se desvaneció con el silbar del viento, dio media vuelta y regresó a su camerino con ese andar rítmico y funesto. Entonces se fue convirtiendo en la sombra que era al empezar, su estela desapareció siguiéndolo por la senda que lleva a su dormitorio.

La carpa quedó otra vez vacía y silenciosa, pero paciente, anhelando la próxima media noche para ver el espectáculo sobrenatural.

miércoles, 12 de enero de 2011

Los muertos tienen la culpa

Desperté con un violento espasmo, solo para toparme con mis atormentadores amigos. Esos viejos y polvorientos hombres que rodean mi cama, negándome escapatoria. La mujer a mi lado duerme, no quiero despertarla, pero no puedo evitar que mis quejidos y sollozos escapen de mi garganta.
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La mujer sigue durmiendo, y mis atormentadores detrás de mí, viendo como me ato la corbata, de vez en cuando hasta me corrigen. Sus grises ropas y sus miradas tristes me adosan angustia, me atacan, me agobian. Son fantasmas de reproche, un aviso tardío, una notificación de la muerte. Todos me miran con vergüenza, guardando silencio, recordando por ratos aquellos tiempos de innecesaria injusticia.
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Una procesión de muerte recorre un camino solitario, encabezada por mí, junto con uno de mis atormentadores, que mirando el suelo me recuerda y me reprocha tantas cosas que hicimos mal en el pasado. Los demás detrás de nosotros, solo observando el destino de nuestra marcha. El cementerio está a unos metros ya, casi puedo respirar el olor a huesos y a rencor que emana de las tumbas de los seis.
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Una hilera de lápidas se pierden en el horizonte, al panteón llegué solo, en algún momento de la marcha mis amigos se fueron. Buscando las tumbas me topo con un montón de desconocidos, que vivieron hace una eternidad, a unos metros veo la tumba de uno de mis atormentadores. Me espera recargado en su lápida, así como todos los demás, cuando llego a donde él está me mira con desprecio, frunciendo el ceño en silencio. Las voces de culpa se amontonan dentro de mi cabeza, con un estruendo insoportable que hace que me broten lágrimas de tristeza y angustia.
Mi recorrido sigue, y uno a uno encuentro a los amigos y compañeros, que en un tiempo festejábamos y alardeábamos de la ruina de un hombre que no se lo merecía. Ninguno de ellos recibió perdón, y apuesto a que al menos cuatro de ellos ni siquiera se arrepintieron, pero hoy todos sin excepción vagan sin rumbo, esperando poder pasar del otro lado. Todos guardan rencor, todos miran con ojos hirientes, queriendo arrastrarme con ellos hacia su propio infierno.
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Unos pasos me separan de mi redención. Los seis me han seguido tratando de disuadirme, tratando de acabarme de un solo golpe, buscando que mi fin sea igual al de ellos. Entro en un largo y oscuro pasillo, mis atormentadores me siguen muy a su pesar, en la última puerta me espera ese al que lastimamos.
Con mis adoloridos nudillos golpeo la vieja puerta de madera podrida, unos segundos después un hombre abre la puerta. Sus ojos lo dicen todo, ese miedo y ese odio llenan su alma, ese desprecio y esa rabia consume su ser. Solo digo que he venido a pedirle disculpas, a pedirle perdón por todo ese daño que le hemos hecho. Con lágrimas en los ojos y con toda la sinceridad de mi corrompida alma le imploro por un perdón que me pueda dar tranquilidad. El hombre no resiste, su bondad tan grande, que en su tiempo le hizo tanto daño, hoy nuevamente le puede.
Tartamudeando por lágrimas de pesar me dice que está bien, que me perdona, incluso me abraza, como firmando que ya me ha perdonado. No lo soporto, tengo que salir de aquí.
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El hombre me ha despedido, regreso por el camino que seguí para llegar, ya veo la luz de la calle. Los seis ni siquiera quisieron entrar conmigo, ahora me siguen callados, los reproches cesaron, ya hasta me siento descansado. Llegando a la puerta mis atormentadores se detienen, formados solemnemente, mirando el suelo. Del otro lado de la calle veo pasar a la mujer de mi cama, sin pensarlo cruzo corriendo hacia ella. Una ráfaga de viento con olor a destino me embistió de lado.
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Un hombre yace tirado en el empedrado que se ha tornado rojo por la sangre que emana de sus heridas. Su rostro me resulta familiar, uno de los paramédicos que llegó en la ambulancia hace un rato lo revisa, diciendo en última instancia que ha muerto. Los seis me esperan en la acera, para que emprendamos nuestra larga e infinita marcha, para vagar por esta tierra, hasta que llegue nuestra oportunidad de pasar al otro lado.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Insomnio?

No pasaron más de tres noches antes de que decidieras hacer algo al respecto de tus pesadillas recientes y tus periodos de alucinaciones nocturnas. Al principio creí que era solo cuestión de sonambulismo, pero la lucidez de tus movimientos me hizo percatarme de mi erróneo diagnóstico. Hoy estás sentada junto a la ventana, mirando algo que solo tú ves, esperando la hora de dormir, cansada y triste. No has querido hablar de tus sueños, y no te culpo, pero me gustaría saber si hay algo que podamos hacer o cambiar para disminuir tus pesadillas.

Esta tarde has salido a comprar pastillas para dormir, ¿último recurso? No lo sé, pero creo que es mejor que nada. Anoche no dormiste ni un poco, dijiste que las alucinaciones no te dejaban dormir, pero que no quisiste alarmarme. Hoy has estado muy callada, pensativa, no te has alejado de esa ventana en horas, después del desayuno no hiciste más que irte a sentar a esa silla. Ahora yaces en el mismo lugar, con la misma actitud y la misma mirada, son casi las ocho en el reloj.

La oscuridad se fue comiendo entonces la ciudad hasta degustar nuestra habitación, y recibiste la noche con un suspiro apagado, como de resignación. Me levanto para encender las luces, pero me pides que las deje apagadas, en estos momentos no puedo contradecirte, me acerco entonces a ti, tu mirada sigue fija en la calle (si es eso lo que estás viendo) y no logro que la apartes de ella. Trato de ver lo que ves, pero mis ojos no logran captar más allá de los autos estacionados y el empedrado melancólico.

Los primeros minutos de la noche empiezan a consumirse, una vez que mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad puedo percatarme de ese pesar que cargas sobre los hombros, la tristeza y el cansancio ya han hecho estragos en tu rostro. Ojeras contrastan con tu pálida piel, tus labios dibujan una mueca, que a ratos se convierte en una sonrisa fugaz y casi imperceptible. "Ya es hora de dormir", dices incorporándote de la silla, te acercas a mí, y a pesar del agotamiento no pierdes tus movimientos delicados y rítmicos. Te sientas a mi lado, me miras a los ojos buscando algo dentro de los míos, "ya no te preocupes, estaré bien", me dices, y tratando de convencerme juntas tus labios con los míos.

Tus besos sabor ternura me tranquilizan, nos recostamos para ya dormir, me abrazas buscando seguridad.
-Hoy te esperare- te digo al oído.
-¿Esperar? ¿A qué te refieres?
-A que duermas, no dormiré hasta que tú lo hagas, si has de quedarte despierta lo haré contigo.
-No tienes que hacerlo, además mañana tienes que ir a trabajar temprano
-Yo quiero hacerlo, no te preocupes por mí.
Me abrazas aún más fuerte, puedo sentir tu fuerte respiración sobre mi pecho. "Gracias" dices de forma más tranquila. Poco a poco tu respiración se va haciendo más tranquila, parece que hoy será una noche agradable.

************
Ya recorría en el auto viejo de mi abuelo el pueblo en el que viví mi infancia, cuando una voz lejana, que después se volvió estruendo, me arrebato regresándome a la cama matrimonial. Desperté con un espasmo y escuche tu risa, irrumpiendo en el silencio de la madrugada.
- ¿Nena, que tienes?- pregunto mientras busco tu rostro- ¿estás soñando?
Tu risa sigue, no volteas, solo ríes.
-¿Nena, qué pasa? Despierta.
Tu risa se vuelve casi estridente.
-¡Nena! ¡Despierta!
-Estoy despierta, ¿no ves?
-¿Por qué te ríes?- pregunto aun buscando tu rostro.
-¿Que no ves que todos vamos a arder?
-¿De qué hablas?- te incorporas y me ves a los ojos.
-Todos vamos a arder...- dices antes de caer dormida

La escena me ha dejado sin aliento, no quiero despertarte pero me intriga lo que ha pasado. Ahora duermes como si nada, tan apaciblemente como cuando nos quedamos dormidos. No me di cuenta de que la ventanas se quedaron abiertas, una brisa entra provocándome un escalofrío, y después el silencio sepulcral de las tres de la mañana. Pareciera que entramos en un preludio, no estoy seguro para qué, pero lo siento casi como un aura. Un crujido cruzo la calle, tan veloz como un disparo, llegando a mis oídos y penetrando hasta mi cerebro. Luego un estruendo prolongado. Cubro mis oídos, tratando de protegerme, pero parece que el ruido está dentro.

Tú ni siquiera te has movido, el ruido sigue, taladrando en mi interior, haciéndose más fuerte. Cada vez es más fuerte, pero cuando casi se ha vuelto insoportable empieza a ceder, volviendo toda la claridad. De pronto, aún más lejano volvió a escucharse el crujido, recorriendo algunas calles, pero esta vez trajo consigo algo que sacudió el edificio hasta sus cimientos. El temblor se volvió cada vez más intenso, las ventanas se sacudían amenazando con romperse, la madera de los marcos y la puerta crujían, todo parecía que se vendría abajo.
-Nena, despierta, esta tembl...

Mi voz se debilitó hasta convertirse en un gemido casi inaudible, y la fuerza física me fue abandonando gradualmente. Las paredes se agrietaron y por más que trataba de despertarte no me oías, seguías dormida sin darte cuenta de que todo a nuestro alrededor se cae a pedazos. Aunque no me puedo mover mi corazón sigue latiendo violentamente, siento como si mi pecho fuera a estallar, pero no puedo hacer nada para evitarlo. El techo se fue cuarteando, dejando ver entre sus grietas trozos de cielo gris y una que otra estrella, y después pedazos de techo fueron cayendo sobre nosotros.

El dolor fue inevitable, sentí como las rocas rompían mis piernas y otras más golpeaban violentamente mi espalda, no fue quedando de mi más que una masa de carne y sangre, y de ti no supe más...

De pronto todo se volvió oscuridad y silencio, el dolor desapareció, pero estaba tan aturdido que ni siquiera me percate de ello. No podía ver absolutamente nada, por más que esforcé mis ojos no pude vislumbrar cosa alguna. Ni siquiera estaba seguro de si donde estaba acostado era la cama. El silencio era tanto que se tornó ensordecedor, ahora podía moverme pero no quería hacerlo, la inseguridad de no ver el lugar en donde estaba me resulto insoportable. Y sentí entonces tu ausencia, como nunca antes la había sentido.
-¿Qué tienes?- dijo una voz que se escuchó tan cerca que me estremeció, pero tan familiar que me reconforto un poco.
-Tuve una pesadilla- respondí, comprendiendo que la voz era de mi padre.
-No te preocupes, ya estas despierto- dijo el acariciando mis cabellos, como solía hacerlo cuando era niño- Vamos, es hora de tu medicina- agregó tomando mi mano.

No hizo falta pensar para reconocer que estaba en la casa familiar, aquella gran casa que hoy yace en ruinas. Mi padre me guiaba a través de la oscuridad solo con su voz, que golpeaba las paredes y regresaba a mí en un eco extraño. Sé que llegamos hasta la cocina, pero ninguna luz se encendió, y la voz de papá se fue entonces. Una soledad imponente me envolvió, era amarga casi violenta. Mi respiración se volvió agitada de nuevo y el corazón me latía golpeadamente. Llame a mi padre, pero solo me contesto el silencio, otra vez no quería moverme, el vacío alrededor de mi era tan profundo que no pude distinguir si seguía de pie o estaba cayendo. Volví a gritar, pero fue inútil, la desesperación se iba apoderando de mi mente a cada segundo, entonces decidí caminar.

Con pasos lentos e inseguros avance un par de metros, definitivamente ya no estaba en la cocina, a cada paso me alejaba mas de mi mismo y caminaba sin saber si iba hacia donde debería ir. Por momentos creí ver formas pero no eran más que circunvoluciones al cerrar mis ojos, luces creadas por mi imaginación. Entonces escuche tu voz, más cerca de lo que imagine, tu voz suave que cantaba una canción que no recuerdo, tan tranquilizadora y tan cálida. Interrumpes tu canto y me llamas, "¿dónde estás?" Dices buscándome a través del silencio, "aquí estoy" te digo siguiendo el sonido de tu voz, y entre toda la oscuridad vislumbre tu esbelta silueta. "Ven entonces". Un momento de seguridad me invadió, y corrí hacia a ti sin pensar en el vacío que me rodeaba, y fue cuando caí hacia la nada, tan veloz que hizo que me brotaran lágrimas.

Y al momento del impacto desperte...

*************
Los rayos del sol entran por la ventana abierta, calentando las sábanas y mis piernas. Y entre sueños vi la silueta de un hombre sentado en una silla frente a la ventana. Poco a poco fui regresando a la habitación, desde aquellos lugares que en la madrugada visité, para percatarme de que aquella noche por fin dormí después de tres días de tormentosas pesadillas y alucincaciones. Descansé como nunca lo había hecho. El hombre frente a mi luce cansado, quizás enfermo, y mira por la ventana cosas que solo el ve, la calle, quizás sea eso.
-Buenos días amor, ¿dormiste bien?