Driving down the darkness

sábado, 5 de marzo de 2011

Un pequeño paréntesis (desahogo)

Por lo regular Jos siempre suponía que las cosas eran mucho más sencillas de lo que aparentaban ser. Así como cuando un profesor de la escuela te dice que su examen será mucho peor que el examen de admisión de la UNAM y a fin de cuentas termina siendo un examen digno de un chico de sexto grado de primaria. Gozaba de una firme e inquebrantable creencia de que las cosas siempre saldrían bien y de que todo a fin de cuentas tendría solución.
Y por supuesto que lo creía, ¿por qué no? Toda su vida había sido así desde que tiene memoria ha sabido que todos sus problemas tuvieron, tienen y tendrán su respectiva solución, quizás algunos se resolvieron o se resuelvan tarde, pero lo hicieron, lo hacen y lo harán y eso es todo lo que a él le importaba. Como lo he dicho antes, su existencia estaba plagada de ejemplos muy claros de que todo al final se resuelve.
Recordemos, por ejemplo, las veces en que se encontró a sí mismo metido en problemas con sus padres, como cuando en un arrebato de ira descompuso cierto aparato de video que después quedó inservible. En ese momento se despertó en él una desesperación atroz que lo hizo pensar en las peores cosas que podrían pasar. Tenía al menos ocho años, en esa época lo que más temía era ese cinturón Calvin Klein que mamá colgaba de un perchero de madera en la entrada de su habitación. Era un miedo completamente comprensible cuando en su pierna izquierda aún estaba tatuado el nombre del famoso diseñador con una costra de unos diez centímetros.
Después de haber abierto el aparato para tratar de sacar una cinta atascada (cabe mencionar que siempre fue lo que sus padres denominaban “cusco” y desarmaba cuanta cosa pudiera deshacerse solo con la ayuda de su colección de desarmadores) y de haber fallado en el intento vociferó contra el pedazo de tecnología y le arrojó uno de sus desarmadores de mango color negro. El resultado fueron muchas pequeñas piezas en el suelo y una abolladura en el costado derecho de la videocasetera.
Se la pasó dos horas y media tratando de rearmar todo y ocultarlo, las piezas pequeñas las escondió debajo de su almohada (… vamos, ¿qué puedes esperar de un niño de nueve años desesperado y en cuestiones de mentir inhábil?) y montó la tapa de la videocasetera Panasonic en su lugar con ayuda de sus queridos desarmadores. Mientras tanto se la pasó maldiciendo el momento en el que decidió que era una buena idea desarmar el aparato sin saber siquiera el funcionamiento de éste, aunque más tarde se daría cuenta de que si lo hubiera conectado a la corriente eléctrica habría sido suficiente para que el VHS atascado saliera sin problema.
Unos minutos después de que terminara de montar la video llegó su padre y al ver el desastre descolgó el cinturón Calvin Klein del perchero. Lo demás es historia. El punto es que a pesar de todas las excusas y explicaciones que pensó, a pesar del sincero arrepentimiento que sentía por haber echado a perder la única videocasetera de su padre y de otras cosas el final fue el mismo que temía. En el momento no lo entendió, pero con los años aprendería que todo siempre tiene una solución, ya sea benéfica o dañina, pero solución después de todo. Y también aprendió que todo tiene solución, menos la muerte.
Uno de sus tantos ejemplos era el de sus propios padres, sus milagrosos padres. Cuando él tenía trece años su madre se hernió un par de discos intervertebrales, lo cual afectó gravemente sus brazos y, por lo tanto, el estilo de vida tan activo que llevaba. Esto ocurrió a causa de una luxación que tuvo en el cuello en el parto de su tercer hijo. Así que su madre quedó incapacitada casi totalmente por al menos unos seis meses. Fue un golpe realmente duro para su familia, tanto que a su padre, ante tal carga de estrés por la enfermedad de su esposa, sucumbió temporalmente ante un derrame cerebral causado por el aumento de su presión.
En un principio Jos creyó que su padre no saldría de esa situación, incluso en ese lapso de tiempo soñó muchas veces que papá moría. Algunas veces solo soñaba con su funeral. Vivió entonces con una de las hermanas de su mamá y es una etapa que Jos aún recuerda con cierto cariño pero con profunda tristeza también. (Con cariño porque ese periodo le ayudó a fortalecer su amistad con su primo, además de que vivió experiencias de las que aprendió muchas cosas relacionadas con crecer y madurar, claro que en la medida respectiva a su edad).
Así pasó medio año lleno de incertidumbre y de recuperación milagrosa. A su madre la operaron con éxito y a su padre también, aunque tuvieron contratiempos al momento de la cirugía. Después de tres meses su padre ya caminaba y su madre ya casi había regresado a su forma habitual de ser.
¿Dónde quedó la incertidumbre después de eso? Ni él ni yo lo sabemos, pero ahora nos queda claro que todo era parte de esto que escribo ahora. Todas las piezas regresan a su lugar.
Hoy él se encuentra ante una decisión que debe tomar sin titubear. Ya está decidido, lo sé porque lo conozco demasiado bien, sin embargo queda aún la espina del “qué dirán”. Al final él hará lo correcto y en unos cinco años más recapitularemos y veremos que mejor forma no había. Ahora Jos está trabajando en un cuento nuevo llamado “Aquí acaba el miedo”, no le falta mucho pero como suele sucederle tiene problemas con el desarrollo de la historia.
Así que las personas que lean esto les diré una cosa: Cuando las cosas pasan y ya están hechas el preocuparnos y desesperarnos no arreglarán nada. Lo que está hecho no cambiará, si la regaste ni modos, llorar y lamentarte no te devolverá las cosas perdidas ni te regresará en el tiempo, al contrario, solo te hará sentir peor y te nublará el pensamiento. Lo que si puede cambiar es la forma en la que afrontarás las consecuencias, ¿con miedo para agravar las cosas? ¿o con prudencia y madurez para remendar los errores? Sé que esto no entrará en la cabeza de muchos y que muchas personas no están preparadas para esto y que muchísimas personas más me dirán que esto ya se lo sabían. Pero a los que esto les sirva me alegra que les pueda ser de ayuda.
Por último quiero decir Gracias a todas las personas que leen este blog, no son muchos pero esos pocos les debo mi gratitud por alentarme a seguir escribiendo. Me despido de mi público invisible con un batir de manos invisible.

Atte. Esteban García Rey

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