Driving down the darkness

jueves, 20 de octubre de 2011

La casa de Silvia

En la casa de Silvia hay cuatro figuras de barro de guerreros medievales a cada lado del sendero que va desde la entrada a la puerta de madera. Todos poseen cierto aire solemne y si fueran guerreros de verdad, a pesar de que no son iguales, se pensaría que provienen de la misma casta. Cuando Silvia llegó a esa casa ellos ya estaban ahí y jamás se le ocurrió quitarlos. Eran tan viejos como la misma tierra y tenían el derecho de permanecer donde se les había puesto.
Una mañana Silvia regresaba del hospital cuando encontró una caja grande y pesada que llevaba la dirección pero no a quien iba dirigido, en vez de eso llevaba una etiqueta que decía: "Para quien habite esta casa". Así que Silvia abrió el paquete. Dentro venía otra figura de barro, pero esta vez era un guerrero de largas barbas un poco más grande que recordaba, si no a un rey, a un capitán. En su brazo izquierdo había otra pequeña nota.
"Añádalo a los otros, no le causarán ningún problema. Al contrario, ellos la protegerán si es necesario."
No venía firmada. Sin embargo, Silvia no tuvo ningún argumento en contra de seguir la indicación, puesto que no era ni supersticiosa ni incrédula del todo. Así pues, la colección aumentó a cinco caballeros medievales que resguardaban el sendero a casa.
Más tarde, ese mismo día, llegó a la casa otra visita no menos esperada. Era Rubén, el novio de Silvia, que venía por una segunda oportunidad. Un par de días antes Silvia había ingresado al Hospital debido a varios golpes en la espalda y en las piernas por los múltiples golpes que su Rubén le había propinado después de una borrachera. No se había levantado ninguna denuncia, así que no le sorprendió a ella que él se aparaciese como si nada unos días después. Sin embargo, no requirió mucho para que ella lo perdonara y lo dejara volver.
Entonces volvieron a la comodidad de la rutina en la que Rubén sometía a Silvia día y noche. Aunque esta vez había algo que para él era diferente.
Probablemente fuera la imaginación de Rubén, pero afirmaba que desde que había vuelto se sentía observado en casi todo momento, además de que por las noches escuchaba ruidos extraños en el jardín. Silvia no hizo caso de esas especulaciones, pero era muy evidente que el ambiente de la casa había cambiado esta vez.
Extrañamente Rubén y Silvia no habían tenido una discusión desde esa última vez en que él la había mandado al hospital a base de patadas y puñetazos en el estómago. Algo los había mantenido en paz todo ese tiempo. Pero la estabilidad rara vez perdura, y una noche de octubre Rubén llegó alcoholizado a la casa buscando a Silvia.
En ese estado era peligrosamente fuerte y agresivo, por lo que ella no perdió tiempo y se encerró en su habitación. Rubén llegó cantando una canción y se dirigió a la habitación. Al encontrarse con la puerta cerrada con llave la pateó a la vez que ordenaba que le abrieran. Silvia tuvo miedo, comenzó a llorar y fue a refugiarse al rincón.
"Ellos la protegerán si es necesario."
En ese momento deseó que eso fuera más que una nota pegada en el brazo de una figura, deseó que fuera una promesa real. Deseó que de pronto Rubén muriera de un ataque.
Crack. La puerta no resistió a los golpes y se abrió despidiendo muchas astillas. Rubén entró lleno de una furia embriagante que estaba traducida en una sonrisa burlona, al verla sentada en el rincón esa euforia aumentó.
Fue hasta ella y la tomó de los cabellos para llevarla hasta la cama. Ahí la abofeteó una y otra vez con el revés de la mano, hasta que Silvia en un arranque de desesperación pateó su entrepierna. Cuando tuvo la oportunidad salió huyendo. Mientras Rubén se retorcía Silvia fue a la cocina a buscar algo con que defenderse, en esos momentos de angustia tardó en vislumbrar lo que realmente buscaba, y antes de que pudiera encontrar el cuchillo grande de la cocina Rubén ya estaba detrás propinándole una patada debajo de las pantorrillas. Cuando estuvo en el suelo la tomó de los brazos y la arrastró por el suelo hasta la sala.
-¿Crees que puedes lastimarme y salirte con la tuya?- dijo Rubén y pateó a Silvia en las piernas, una, otra, otra y otra vez. Ella estaba tan asustada que solo se cubrió el rostro con los brazos y lloró amargamente. Silvia realmente pensó que esta vez no sobreviviría, de nuevo pensó fuertemente en la nota del caballero de barro y en lo mucho que deseaba que Rubén muriera.
Él seguía pateándola en el costado cuando sintió un golpe que le dio de lleno en la parte posterior de la cabeza. Se desplomó. Silvia mantuvo los ojos cerrados con los brazos custodiando su cara e ignoró los pasos que escuchó cerca. Luego esos mismos pasos se alejaron.
Empezó a llover. Lo único que se escuchó al principio fue el golpeteo de la lluvia en el techo. Silvia seguía en el piso llorando amargamente cuando escuchó que Rubén gritaba afuera. Con esfuerzo se incorporó y gateó hasta la puerta para ver por qué Rubén gritaba, pero antes de que ella llegara a ver qué pasaba él dejó de gritar, dejando en el ambiente sólo el sonido de la lluvia.
Cuando llegó a la puerta vio a los cinco caballeros que estaban de pie alrededor del cuerpo de Rubén con aire solemne. Todos se percataron de que la señora de la casa los contemplaba. Con esfuerzo Silvia se puso de pie y se quedó en el umbral de la puerta, los cinco caballeros se acercaron y se arrodillaron ante ella en reverencia. Después todos regresaron a sus posiciones y se quedaron allí hasta que tomaron su forma original dejando el cuerpo de Rubén en medio de ellos.

domingo, 2 de octubre de 2011

Noche de guardia

Como cada noche de guardia Arturo se disponía a preparar y organizar todo lo que le tocaría hacer durante las ocho horas que estaría en la clínica. Se encontraba engullendo un sandwich cuando uno de los familiares de la paciente a la que cuidaba lo interrumpió diciendo que la señora no se sentía bien. Acudió pues a verla. Durante el chequeo la señora refirió que sentía náuseas y mucho frío. Tras tomarle la presión y la frecuencia cardíaca Arturo le indicó que eran los nervios posoperatorios y que si los síntomas empeoraban tomaría las medidas necesarias.
Así pasaron un par de horas hasta que la señora volvió a sentirse mal. Entonces Arturo acudió nuevamente a revisarla.
- Doctor, otra vez tengo ganas de vomitar.
- Ok, entonces tendremos que...
La paciente se incorporó y abrió los ojos, entonces vomitó encima de Arturo. Ambos se sorprendieron al notar que lo que había salido de ella era sangre muy oscura.
- Doctor, discúlpeme no...- dijo y empezó a vomitar de nuevo, pero esta vez vomitó hasta que no hubo más que vomitar. Pronto se retorció de dolor y gritó. Arturo estaba petrificado así que no pudo hacer nada. Pronto la mujer dejó de retorcerse y murió con los ojos abiertos.
El familiar de la mujer gritó de horror. Arturo solo balbuceó algo y salió de la habitación. Fue a la central de enfermeras y se sentó, él también estaba en shock pues jamás había presenciado algo tan horrible. El familiar dejó de gritar y se hizo un silencio aterrador en la clínica. No sabía qué pensar y mucho menos qué hacer.
De pronto el familiar empezó a gritar otra vez, aunque en esa ocasión era algo distinto. No era un grito de dolor sino de terror profundo y desesperación. Rápidamente Arturo se dirigió a la habitación de la paciente, tocó antes de entrar y abrió la puerta. Lo que vio en esa habitación lo paralizó. La señora que creía muerta se encontraba encima del hombre arrancándole pedazos de carne y llevándoselos a la boca. El hombre dejó de gritar y de existir, en ese momento solo se escuchaban los gruñidos de la cosa que tenía en frente.
Horrorizado por lo que veía Arturo se apresuró a salir de ahí y cerrar la puerta, pero la cosa lo olfateó y se abalanzó hacia él. Apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta, después solo se escuchó que la mujer se estrelló contra la puerta y comenzaba a arañarla.
En el pasillo había un hacha en caso de emergencias, así que Arturo se hizo de ella rompiendo el cristal. La criatura dejó de arañar la puerta. Arturo se acercó a la habitación para entrar, el plan sería entrar y liarse con la mujer convertida en monstruo. Giró la perilla y abrió. La mujer estaba encima de la cama, acechando, y en cuanto lo vio se le fue encima. Arturo la recibió con un hachazo que se incrustó en su tórax, la criatura cayó al suelo y él se lió con ella. Destrozó tanto como pudo y no paró hasta que estuvo demasiado seguro de que ya no se movería de nuevo.
El olor a sangre y el cansancio de los brazos lo hizo reaccionar. Se apresuró a salir a la calle para pedir ayuda. Cuando llegó a la puerta se encontró con un hombre que parecía herido.
- ¡Doctor! Por favor, ayúdeme, me ha mordido... ¡Aquí! Por favor doctor...
El hombre le mostraba su brazo izquierdo con una mordida de la que aún brotaba sangre. Arturo se apresuró a abrir pero, como en ocasiones de igual estrés, no encontraba la llave en el repleto llavero. De la nada aparecieron otras tres criaturas que corrían hacia donde Arturo y el hombre estaban. En menos de lo que ambos esperaban los tres hombres alcanzaron la reja del edificio. Arturo ya no podía hacer nada más y se alejó de la puerta mientras las tres criaturas procedieron a atacar al hombre mordido. Frente a sus ojos lo despedazaron y engulleron partes del hombre.
Y como si alguien los hubiera llamado aparecieron aún más criaturas de las calles cercanas. Algunos llegaron a comerse los restos del hombre herido y otros quisieron entrar a la clínica. De pronto Arturo se encontró frente a una multitud de rostros hambrientos y salvajes que vociferaban (o gruñían) por entrar. Estiraban las manos para alcanzar al temeroso doctor a la vez que empujaban la reja.
Entonces Arturo recordó que aún tenía el hacha. La tomó y se lió contra los brazos que trataban de alcanzarlo, así cayeron tres, cuatro, seis extremidades. Un charco de sangre se formó y a cada hachazo se hacía mas grande. Pero eran demasiados, partió varias cabezas y aún así la presión aumentaba al grado que los goznes de la reja comenzaron a ceder.
Arturo gritó tan fuerte como pudo, pero el rugido colectivo ahogaba su voz. Además parecía ser el último hombre cuerdo. Se empezaba a cansar cuando los goznes terminaron por romperse y las criaturas derribaron la reja. Entraron en una estampida y se abalanzaron sobre el asustado doctor, que al verlos entrar se asió de todas sus fuerzas y abatió el hacha cortando todo a su paso.
Eran demasiados. Lo rodearon y sintió como lo jalaban, como le desgarraban la bata. Alguno lo mordió y otros le clavaban las uñas. Tenía tanto miedo que perdió el control de sus esfínteres, y no se dio cuenta de cuándo empezó a perder el conocimiento.
Todo se volvió oscuridad.
Despertó más tarde cuando un policía le picó el costado con la punta del pie. Al abrir los ojos encontró que aún estaba aferrado al hacha manchada de sangre. Frente a él transportaban un cuerpo cubierto con una sábana blanca y las únicas criaturas alrededor de él eran los vecinos curiosos que lo miraban horrorizados. Lo levantaron, le quitaron el hacha y lo esposaron para trasladarlo a los separos. Forcejeó con los policías aunque no sirviera de nada.
En el acta que figuraría en el expediente de Arturo decía que habían encontrado al joven doctor al pie de la puerta principal, la cual se encontraba dañada en varios puntos, con el arma homicida. Dentro de las instalaciones encontraron el cuerpo mutilado de la señora (...) que había sido asesinada a hachazos por el doctor Artutro.
Y a pesar de las diferentes versiones de lo que había pasado esa noche nunca se supo qué era lo que había llevado al doctor a asesinar a su paciente de treinta y dos años.