Driving down the darkness

martes, 22 de marzo de 2011

Adiós...

Esteban yacía sentado en la tercera fila de sillas de la capilla en la que velaban el cuerpo de la abuela muerta de su mejor amigo. Estaba cansado y los ojos se le cerraban por ratos. Había llegado una hora antes de la oficina, venía de una larga y conflictiva jornada de trabajo, por lo que su mayor deseo en ese momento era el de sucumbir al sueño y dormir al menos dos días. La fila de adelante estaba ocupada por algunos familiares de la difunta y en la primera se hallaba Raúl, su amigo, junto con sus padres y su hermana.

La ceremonia estaba a punto de empezar. Al frente se hallaba al féretro color negro que contenía el inerte cuerpo de la mujer que le había dado vida a una familia de renombre en la ciudad de Oaxaca, y detrás se encontraban acomodados los numerosos arreglos florales que los amigos y familiares habían llevado en honor a la abuela. Al lado derecho del ataúd había un púlpito con un micrófono y una biblia abierta encima, ambas cosas anunciaban con su silencio que aquél era un momento de solemnidad, lo que hacía que Esteban se sintiera incómodo.

Se sentía mal por la familia, de eso no había duda. El problema era que en realidad pensaba que su empatía no estaba con la familia de su amigo. No. Creía que estar ahí era un acto de hipocresía pues nunca había conocido a la fallecida anciana, solo había intercambiado palabras con ella un poco antes de que su estado de salud se tornara crítico. Eso sí, sabía que lo que había acabado con ella era un cáncer de páncreas que hizo metástasis en los pulmones.

El micrófono y la Biblia aún seguían esperando silenciosos sobre el púlpito cuando el pastor de la iglesia se hizo presente en la sala. “La iglesia a la que todos aquí asisten, todos menos yo”, pensó Esteban sintiéndose un tanto decepcionado de sí mismo pues hacía mucho que ni siquiera abría la Biblia que sus padres le habían regalado. El ministro avanzó silencioso y solemne entre por el pasillo que se abría entre las dos grandes agrupaciones de sillas, su paso era seguro pero al mismo tiempo dejaba ver la tristeza que embargaba a la gran mayoría.

Todos permanecieron muy callados, algunos oraban mediante susurros y otros se limitaban a mirarse pensativos y nostálgicos unos a otros. Cuando al fin el hombre de traje negro y corbata roja llegó al estrado todos guardaron un absoluto silencio al ver que tomaba la Biblia con una mano y el micrófono con la otra. Pareció meditar unos veinte segundos y luego empezó. Fue un discurso bastante sobrio, alagando y recalcando los atributos de la señora madre de una de las familias más importantes de Oaxaca, pero, por más que Esteban trataba de evitar pensarlo, fue completamente superficial y falso.

Trataba de alejar esos pensamientos de su mente por pensar en que estaba mal de su parte actuar con tal hipocresía. Entonces el pastor leyó un par de versículos de la Biblia haciendo referencia a la forma en que Dios consuela a los que padecen pérdidas semejantes. En ese momento dejó de prestar atención y se entregó a sus pensamientos dejando muy atrás la capilla y el velorio.

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¿Qué hacía ahí? No sentía nada por la difunta más que inmensa pena por la forma en que vivió las últimas semanas de su vida, y por otra parte alivio por saber que ahora nos sufriría más de lo que ya había sufrido. No la conocía para nada y ni siquiera podía decir que le resultaba simpática, pues la única vez que había tenido contacto con ella la señora se había limitado a quedarse callada y preguntar un par de cosas triviales.

Pero eso no significaba que la despreciara. No. Simplemente no podía sentir luto por alguien a quien ni siquiera había conocido. Había asistido al velorio porque pensaba que era la mejor forma de proveer de apoyo moral a su amigo.

Entonces el cansancio empezó a ganar la batalla que ocurría en la voluntad de Esteban, por ratos cerraba los ojos para darles un poco de descanso y en un momento dado se quedó dormido.

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Cuando despertó se sorprendió al ver que se hallaba completamente solo dentro de la capilla apenas poblada por numerosas sillas vacías. El féretro aún estaba al frente y las flores aún despedían un olor melancólico pero agradable. La solemnidad del momento aún reinaba dentro del lugar, también se seguían escuchando los rezos y oraciones, pero Esteban no tardó en notar que venían de la capilla contigua a pesar de estar soñoliento.

Estaba embelesado contemplando la soledad del lugar y la belleza nostálgica de las flores, tanto que ni siquiera reparó en que realidad no estaba solo. En la primera fila se hallaba una mujer esbelta de cabellos oscuros atados por un listón negro. Su vestido era del mismo color, estaba muy quieta y por la proximidad advirtió que estaba rezando. Una necesidad de hablar con ella lo embargó, no sabía de dónde había salido pero era muy latente, tenía que hablar con aquella mujer. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el frente no importándole desordenar un poco las sillas previamente acomodadas.

Ante el ruido que ocasionó las sillas golpearse unas con otras la mujer volteó a verlo. Echó solo un vistazo y regresó a su posición anterior, con las manos entrelazadas sobre los muslos y la mirada baja. El muchacho se acercó torpemente aún cegado por el trance al despertar, frotándose los brazos para evitar que el calor se escapara de su cuerpo soñoliento. Llegó al frente con pasos un tanto inseguros, se detuvo frente a ella y la miró.

Su rostro estaba muy pálido, tenía unas leves ojeras y la mirada extremadamente triste, “triste hasta la muerte” pensó Esteban. Las manos le temblaban y susurraba palabras que no se alcanzaban a escuchar. Se acercó para escuchar su rezo pero en ese momento ella se detuvo y lo miró a los ojos. Sintió un estremecimiento que le recorrió la espalda con una fría caricia que le llegó hasta la piel cabelluda.

Era una mirada llena hasta el tope de melancolía, pero detrás de la superficie se notaba un destello de alivio. “Tiene ojos hermosos…” pensó en voz alta. La mujer se ruborizó un poco, pero casi de inmediato volvió a su expresión casi muerta. Era realmente hermosa, después diría que jamás había visto ni vería una mujer más bella que ella. Tenía los ojos fijos en algún sitio detrás de él, así que volteó para cerciorarse de ello y al volverse se encontró con el ataúd cerrado.

- ¿Era tu abuela?- masculló Esteban inseguro de si era la pregunta indicada. En efecto, no lo era, la mujer se quedó callada mirando el féretro. - ¿Cómo te llamas?
- Eso no importa- dijo la mujer con un susurro que apenas había alcanzado a escuchar.
Se sintió de alguna manera conectado con ella, como si la hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo. Tardó un tiempo entender que en realidad sentía atracción y no conexión con la chica silenciosa. Mientras la admiró. Admiró su esbelta figura con sus pronunciadas curvas, sus pechos perfectos y caderas pronunciadas, su piel blanca y tersa, su rostro de facciones finas, sus ojos verdes y hermosos. Se estaba enamorando de sus labios intensamente rojos, de su cabello rizado y oscuro. Divagó por un momento y regresó en sí para seguir hablando con ella.
- ¿A dónde se han ido todos?- preguntó esperando que esa pregunta se acercara más a la correcta.
- No lo sé, ¿tú a dónde crees?- replicó ella, y su voz se le antojaba aterciopelada.
- A la cafetería, quizá… O a la recepción…
- No…- atajó- Están más lejos, sus voces se escuchan lejanas, casi no los oigo.
- Yo no escucho nada- dijo volteando a su alrededor buscando indicios de gente o tratando de escuchar lo que ella escuchaba.
- Por supuesto que no, de hecho ni siquiera deberías estar aquí- quitó su mirada del ataúd y la posó sobre los ojos de Esteban. Él lo calificaría como un momento inolvidable.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con los otros rezando? Aquí los rezos no son admitidos, aquí debe de haber silencio para que pueda pasar…
- ¿A dónde?- cuestionó haciendo un gesto de incredulidad.
- Al otro lado- su mirada se volvió a posar sobre el féretro.
- ¿De qué hablas?- en ese momento se percató de que algo había cambiado. Ya no se hallaba en la capilla, se encontraba en otro lugar en el que no debería estar- ¿Dónde estoy…?- Fue lo único que alcanzó a decir.

Se levantó espantado por el reciente descubrimiento, rápido apartó de nuevo las sillas y corrió hacia la puerta que estaba tras de ellos. Fue grande su sorpresa cuando se topó con otra pared igual a las otras tres, lisas y con tres lámparas pegadas a ella. Pero sin puerta. Volvió sobre sus pasos y encaró a la mujer.

- ¿Qué carajos está pasando aquí?- Le dijo tratando de contener su creciente ira- ¿Dónde estamos?
- En un lugar entre dos lugares- dijo ella sin dejar de mirar el féretro.
- Y eso ¿qué significa?
- Que hasta aquí puedes llegar, no puedes venir conmigo. No. Aunque lo quisieras. Todos venimos aquí solos, hasta los que tratan de venir en parejas los separan cuando llegan al vestíbulo. Cuando llegamos al pasillo blanco todos podemos decidir a cuál de todas las puertas queremos entrar, pero dicen que todas llevan al mismo lugar.
- ¿A dónde?- preguntó ya un poco harto y aun tratando de contener un grito de furia y frustración.
- Aquí, tonto.
Se llevó las manos detrás de la cabeza tratando de comprender la locura que estaba viviendo en ese momento, no entendía nada de nada. Hacía unos momentos estaba junto a todos los demás escuchando un discurso aburrido y monótono acerca de alguien a quien no había conocido, él no había querido ir, él no…

- Ya sé que no querías venir…- Dijo la mujer serenamente. Esteban quedó petrificado al escuchar aquellas palabras, trató de articular una frase pero ni siquiera pudo balbucear. Su piel palideció considerablemente. – Sé que no querías venir, yo no necesitaba que vinieras, de hecho no necesitaba de nadie. Cuando has llegado a este punto ya no hace falta la compañía, es lo de menos. Aquí la cuestión es esperar paciente a que llegue tu turno. Pero no lo entiendes, ni lo entenderás hasta que llegue tu momento. Por eso debes irte. Debes despertar antes de que llegue mi hora, porque si me ven contigo no me dejarán salir.

La mujer tomó la mano de Esteban, era paradójicamente caliente. Le besó y añadió:

- Gracias por venir…

Sintió que las piernas le temblaban y de nuevo sintió los párpados pesados, se mareó y cayó entre las sillas desordenadas.

****************
- … y que el Señor la tenga en su Santa Gloria.

Nadie aplaudió, todos se levantaron silenciosos y uno por uno pasaron hacia delante a darle el pésame a la familia. Esteban despertó ante el tumulto de gente que deseaba abrazar y alentar a la familia. Se levantó avergonzado por haberse quedado dormido.

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Solo quedaban Raúl y Esteban en la capilla, hablaban en voz baja. Raúl se veía enflaquecido y triste.

- Gracias por habernos acompañado- dijo el mejor amigo dándole una palmada en la espalda.
- No hay de qué, para eso somos hermanos.
- Sabes, casi no la conociste.
- No, solo la vi una vez.

Raúl sonrió. Se dirigió hacia el féretro que aún estaba cerrado y lo abrió.
- Ven…- Dijo Raúl

Esteban se acercó y miró a la abuela. Tenía puesto un vestido negro, sus rizos encanecidos estaban sujetados por un listón negro. Parecía que sonreía.

- Oye, ¿de qué color eran los ojos de tu abuela?- preguntó inseguro de si era una pregunta adecuada.
- Verdes. ¿Por?
- No por nada…

Cerraron el féretro y salieron a la recepción para reunirse con lo demás. Cuando llegaron a la puerta se escuchó el murmullo de la gente. Pero Esteban escuchó algo más, algo que hasta hoy sigue escuchando por las noches antes de acostarse, esa voz aterciopelada que le susurra:

- Gracias por venir…

sábado, 5 de marzo de 2011

Un pequeño paréntesis (desahogo)

Por lo regular Jos siempre suponía que las cosas eran mucho más sencillas de lo que aparentaban ser. Así como cuando un profesor de la escuela te dice que su examen será mucho peor que el examen de admisión de la UNAM y a fin de cuentas termina siendo un examen digno de un chico de sexto grado de primaria. Gozaba de una firme e inquebrantable creencia de que las cosas siempre saldrían bien y de que todo a fin de cuentas tendría solución.
Y por supuesto que lo creía, ¿por qué no? Toda su vida había sido así desde que tiene memoria ha sabido que todos sus problemas tuvieron, tienen y tendrán su respectiva solución, quizás algunos se resolvieron o se resuelvan tarde, pero lo hicieron, lo hacen y lo harán y eso es todo lo que a él le importaba. Como lo he dicho antes, su existencia estaba plagada de ejemplos muy claros de que todo al final se resuelve.
Recordemos, por ejemplo, las veces en que se encontró a sí mismo metido en problemas con sus padres, como cuando en un arrebato de ira descompuso cierto aparato de video que después quedó inservible. En ese momento se despertó en él una desesperación atroz que lo hizo pensar en las peores cosas que podrían pasar. Tenía al menos ocho años, en esa época lo que más temía era ese cinturón Calvin Klein que mamá colgaba de un perchero de madera en la entrada de su habitación. Era un miedo completamente comprensible cuando en su pierna izquierda aún estaba tatuado el nombre del famoso diseñador con una costra de unos diez centímetros.
Después de haber abierto el aparato para tratar de sacar una cinta atascada (cabe mencionar que siempre fue lo que sus padres denominaban “cusco” y desarmaba cuanta cosa pudiera deshacerse solo con la ayuda de su colección de desarmadores) y de haber fallado en el intento vociferó contra el pedazo de tecnología y le arrojó uno de sus desarmadores de mango color negro. El resultado fueron muchas pequeñas piezas en el suelo y una abolladura en el costado derecho de la videocasetera.
Se la pasó dos horas y media tratando de rearmar todo y ocultarlo, las piezas pequeñas las escondió debajo de su almohada (… vamos, ¿qué puedes esperar de un niño de nueve años desesperado y en cuestiones de mentir inhábil?) y montó la tapa de la videocasetera Panasonic en su lugar con ayuda de sus queridos desarmadores. Mientras tanto se la pasó maldiciendo el momento en el que decidió que era una buena idea desarmar el aparato sin saber siquiera el funcionamiento de éste, aunque más tarde se daría cuenta de que si lo hubiera conectado a la corriente eléctrica habría sido suficiente para que el VHS atascado saliera sin problema.
Unos minutos después de que terminara de montar la video llegó su padre y al ver el desastre descolgó el cinturón Calvin Klein del perchero. Lo demás es historia. El punto es que a pesar de todas las excusas y explicaciones que pensó, a pesar del sincero arrepentimiento que sentía por haber echado a perder la única videocasetera de su padre y de otras cosas el final fue el mismo que temía. En el momento no lo entendió, pero con los años aprendería que todo siempre tiene una solución, ya sea benéfica o dañina, pero solución después de todo. Y también aprendió que todo tiene solución, menos la muerte.
Uno de sus tantos ejemplos era el de sus propios padres, sus milagrosos padres. Cuando él tenía trece años su madre se hernió un par de discos intervertebrales, lo cual afectó gravemente sus brazos y, por lo tanto, el estilo de vida tan activo que llevaba. Esto ocurrió a causa de una luxación que tuvo en el cuello en el parto de su tercer hijo. Así que su madre quedó incapacitada casi totalmente por al menos unos seis meses. Fue un golpe realmente duro para su familia, tanto que a su padre, ante tal carga de estrés por la enfermedad de su esposa, sucumbió temporalmente ante un derrame cerebral causado por el aumento de su presión.
En un principio Jos creyó que su padre no saldría de esa situación, incluso en ese lapso de tiempo soñó muchas veces que papá moría. Algunas veces solo soñaba con su funeral. Vivió entonces con una de las hermanas de su mamá y es una etapa que Jos aún recuerda con cierto cariño pero con profunda tristeza también. (Con cariño porque ese periodo le ayudó a fortalecer su amistad con su primo, además de que vivió experiencias de las que aprendió muchas cosas relacionadas con crecer y madurar, claro que en la medida respectiva a su edad).
Así pasó medio año lleno de incertidumbre y de recuperación milagrosa. A su madre la operaron con éxito y a su padre también, aunque tuvieron contratiempos al momento de la cirugía. Después de tres meses su padre ya caminaba y su madre ya casi había regresado a su forma habitual de ser.
¿Dónde quedó la incertidumbre después de eso? Ni él ni yo lo sabemos, pero ahora nos queda claro que todo era parte de esto que escribo ahora. Todas las piezas regresan a su lugar.
Hoy él se encuentra ante una decisión que debe tomar sin titubear. Ya está decidido, lo sé porque lo conozco demasiado bien, sin embargo queda aún la espina del “qué dirán”. Al final él hará lo correcto y en unos cinco años más recapitularemos y veremos que mejor forma no había. Ahora Jos está trabajando en un cuento nuevo llamado “Aquí acaba el miedo”, no le falta mucho pero como suele sucederle tiene problemas con el desarrollo de la historia.
Así que las personas que lean esto les diré una cosa: Cuando las cosas pasan y ya están hechas el preocuparnos y desesperarnos no arreglarán nada. Lo que está hecho no cambiará, si la regaste ni modos, llorar y lamentarte no te devolverá las cosas perdidas ni te regresará en el tiempo, al contrario, solo te hará sentir peor y te nublará el pensamiento. Lo que si puede cambiar es la forma en la que afrontarás las consecuencias, ¿con miedo para agravar las cosas? ¿o con prudencia y madurez para remendar los errores? Sé que esto no entrará en la cabeza de muchos y que muchas personas no están preparadas para esto y que muchísimas personas más me dirán que esto ya se lo sabían. Pero a los que esto les sirva me alegra que les pueda ser de ayuda.
Por último quiero decir Gracias a todas las personas que leen este blog, no son muchos pero esos pocos les debo mi gratitud por alentarme a seguir escribiendo. Me despido de mi público invisible con un batir de manos invisible.

Atte. Esteban García Rey