Driving down the darkness

martes, 27 de septiembre de 2011

Lo importante es seguir

"Me hubiera gustado tener esta tranquilidad hace media hora" pensó Augusto mientras sorbía el último trago de whisky.
Esa misma tarde había comprado una botella de regreso a casa. Extraordinariamente había salido temprano de trabajar y se disponía a degustar dicha bebida junto a su esposa después de la cena. Con lo que no contaba era que al llegar se encontraría con las maletas de su mujer en la entrada de la casa. Por un instante hasta le pareció algo funesto ver el juego de maletas que habían comprado algunos meses atrás. Pero pronto se dio cuenta de que no era algo para reírse. Entró a la casa y se topó de frente con Julia, su mujer, y preguntó qué pasaba.
- Me voy, eso es lo que pasa- dijo Julia sin reparar en la sequedad en su forma de hablar.
Augusto sabía muy bien que ella quería irse y hoy era el día en que la Sra. Julia se largaba de casa. No dijo nada y entró en la casa. Julia siguió preparándose para salir y no regresar.
Unos segundos después Augusto apareció en la puerta de la casa con una escopeta en mano. De espaldas a Julia colocó el cañón de la escopeta en su nuca. Julia quiso gritar, pero entendió al instante que esta vez no era un simple coraje lo que Augusto sentía, esta vez haría lo imposible para que ella se quedase. De modo que cooperó y ambos regresaron a la sala.
Llegando ahí Augusto le ordenó en silencio a Julia que se sentara en la sala y que no dijera nada llevándose el índice a los labios. Se sentaron distanciados por un par de metros y ambos guardaron silencio.
Augusto se puso la escopeta en el regazo y fijó la mirada en Julia en señal de que ahora podía hablar, pero ella se negó apretando los labios. Permanecieron cinco minutos en silencio hasta que Augusto levantó el arma y le apuntó a Julia.
- ¿Qué haces?- pero Augusto no respondería, así que Julia habló- ¿Por qué haces esto? No tienes que terminarlo así, mira yo sé que esto no es fácil para ti y no lo es tampoco para mí. Te juro que es por el bien de nosotros...- Augusto jaló un poco el gatillo y Julia empezó a desesperarse y a hablar torpemente- ¿Por qué Augusto? Tú no eras así, recuerda a aquel hombre tierno y cariñoso del que me enamoré ¿te acuerdas? Cuando me conociste en esa fiesta de tu trabajo y tú...- Esta vez Augusto alzó la escopeta para fijar su blanco y apuntó hacia el pecho de Julia, ella empezó a gritar- ¡Por favor Augusto! No lo hagas, prometo que...
- Shhhh...- dijo él, ella ya casi no recordaba el sonido de su voz.
Augusto se puso de pie y se sentó más cerca de Julia, colocó nuevamente la escopeta en sus piernas apuntándola y con un ademán le ordenó que continuara. Julia empezó a llorar incontrolable. Pero al fin se contuvo y habló de nuevo.
- Por favor, no hagas esto. Solo déjame ir, es lo mejor para nosotros.- Ese último comentario despertó el interés de él, ella se dio cuenta y le respondió- Sí. Nuestra relación ya no es lo que era antes, no es que ya no te quiera, es que tú has cambiado mucho. Te has vuelto demasiado distante y ya no me das la misma atención que cuando nos casamos. Augusto, yo te amo, pero si no vas a poner nada de tu parte creo que lo mejor será que yo me vaya, porque no haces nada por nosotros. Ya ni siquiera te interesas por esta casa, siento que cada día te encierras más en tus propios pensamientos y no quiero eso para mí.
Augusto seguía con la misma mirada sin expresión, la miraba fijamente y la escuchaba. Julia continuó.
- Tu apatía es lo que me puede, por más que trato de llamar tu atención tú simplemente no reaccionas. A ver, dime cuándo fue la última vez que hicimos el amor. O cuándo fue la última vez que me siquiera me tocaste. ¿Eh? Anda, contéstame.
Pero Augusto no dijo nada, la siguió mirando inexpresivo.
- ¿No dirás nada? ¡Eres un maldito cobarde! Si vas a matarme hazlo, pero siquiera ten la decencia de responderme. Dime, dime si estás interesado en mí o si lo único que quieres es conservar tu ego intacto.
Julia estaba enfurecida y Augusto no movía ni un dedo. Sus ojos la miraban a ella pero estaban vacíos.
- ¡Hijo de puta! Contéstame, te ordeno que me contestes...
Se llevó las manos al rostro y empezó a llorar de coraje, mientras Augusto la miraba sin descuidar a dónde apuntaba la escopeta. Cuando el llanto amainó un poco ella prosiguió.
- Por favor, déjame ir. Si lo haces prometo no decir nada de esto a nadie, de verdad, solo deja que me vaya. Por favor.
Por primera vez desde que llegaron a la sala Augusto apartó la mirada de Julia. Se levantó. Julia cerró fuertemente los ojos y alzó los brazos para protegerse el rostro. Los pasos de él se acercaron pero no se detuvieron sino que la pasaron de largo. Pronto se escuchó que el picaporte de la puerta giró. Julia abrió los ojos y vio que Augusto estaba parado junto a la puerta con la mirada gacha dándole la oportunidad de salir. Julia dudó por un instante pero al final se paró para irse. Llegando a donde Augusto estaba se detuvo.
- Gracias- dijo y besó la mejilla de Augusto.
Julia recogió sus maletas y avanzó hacia la entrada después de mirarlo de nuevo. Caminó un par de pasos y...
- ¿Julia?
Ella volteó para mirarlo. Augusto jaló el gatillo y con un estruendo la mitad superior de la cabeza de Julia se convirtió en una mancha de sangre y carne. Augusto dejó la escopeta y fue a la cocina por un vaso del whisky que había comprado. Después, cuando estuvo más tranquilo fue a su habitación por su caja de habanos. Tomó el cortapuros y fue a donde el cuerpo de Julia estaba. Miró sus dedos y vio que aún llevaba puesto el anillo de bodas. Introdujo el delgado dedo en el cortapuros y cortó.
Después tomó el dedo y regresó a su habitación para guardar el anular con todo y anillo en su caja de habanos. En esa caja guardaba dos dedos más marcados con rótulos que figuraban los nombres de otras dos mujeres. En un pedazo de papel escribió "Julia" y en él envolvió el dedo.
Media hora más tarde tomó su propia maleta y su caja de habanos. Bajó a la sala para envolver, esta vez, a Julia en la alfombra de la sala. Cuando estuvo bien atada subió el cuerpo al auto y salió de la casa.
"Desearía haber tenido esta tranquilidad hace un par de horas" pensó Augusto. Ya había llegado a la caseta que lo sacaba de la ciudad. ¿A dónde se dirigía? No lo sabía, pero lo más difícil ya había pasado. De la guantera sacó una docena de credenciales atadas por una liga y las revisó.
-Rodrigo...
Devolvió el fajo de credenciales a la guantera y tiró la vieja a lado del camino. Cerró los ojos un instante y siguió el camino que lo había traído hasta allí. ¿Terminaría algún día? Tal vez, lo importante era seguir.