Driving down the darkness

miércoles, 12 de enero de 2011

Los muertos tienen la culpa

Desperté con un violento espasmo, solo para toparme con mis atormentadores amigos. Esos viejos y polvorientos hombres que rodean mi cama, negándome escapatoria. La mujer a mi lado duerme, no quiero despertarla, pero no puedo evitar que mis quejidos y sollozos escapen de mi garganta.
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La mujer sigue durmiendo, y mis atormentadores detrás de mí, viendo como me ato la corbata, de vez en cuando hasta me corrigen. Sus grises ropas y sus miradas tristes me adosan angustia, me atacan, me agobian. Son fantasmas de reproche, un aviso tardío, una notificación de la muerte. Todos me miran con vergüenza, guardando silencio, recordando por ratos aquellos tiempos de innecesaria injusticia.
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Una procesión de muerte recorre un camino solitario, encabezada por mí, junto con uno de mis atormentadores, que mirando el suelo me recuerda y me reprocha tantas cosas que hicimos mal en el pasado. Los demás detrás de nosotros, solo observando el destino de nuestra marcha. El cementerio está a unos metros ya, casi puedo respirar el olor a huesos y a rencor que emana de las tumbas de los seis.
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Una hilera de lápidas se pierden en el horizonte, al panteón llegué solo, en algún momento de la marcha mis amigos se fueron. Buscando las tumbas me topo con un montón de desconocidos, que vivieron hace una eternidad, a unos metros veo la tumba de uno de mis atormentadores. Me espera recargado en su lápida, así como todos los demás, cuando llego a donde él está me mira con desprecio, frunciendo el ceño en silencio. Las voces de culpa se amontonan dentro de mi cabeza, con un estruendo insoportable que hace que me broten lágrimas de tristeza y angustia.
Mi recorrido sigue, y uno a uno encuentro a los amigos y compañeros, que en un tiempo festejábamos y alardeábamos de la ruina de un hombre que no se lo merecía. Ninguno de ellos recibió perdón, y apuesto a que al menos cuatro de ellos ni siquiera se arrepintieron, pero hoy todos sin excepción vagan sin rumbo, esperando poder pasar del otro lado. Todos guardan rencor, todos miran con ojos hirientes, queriendo arrastrarme con ellos hacia su propio infierno.
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Unos pasos me separan de mi redención. Los seis me han seguido tratando de disuadirme, tratando de acabarme de un solo golpe, buscando que mi fin sea igual al de ellos. Entro en un largo y oscuro pasillo, mis atormentadores me siguen muy a su pesar, en la última puerta me espera ese al que lastimamos.
Con mis adoloridos nudillos golpeo la vieja puerta de madera podrida, unos segundos después un hombre abre la puerta. Sus ojos lo dicen todo, ese miedo y ese odio llenan su alma, ese desprecio y esa rabia consume su ser. Solo digo que he venido a pedirle disculpas, a pedirle perdón por todo ese daño que le hemos hecho. Con lágrimas en los ojos y con toda la sinceridad de mi corrompida alma le imploro por un perdón que me pueda dar tranquilidad. El hombre no resiste, su bondad tan grande, que en su tiempo le hizo tanto daño, hoy nuevamente le puede.
Tartamudeando por lágrimas de pesar me dice que está bien, que me perdona, incluso me abraza, como firmando que ya me ha perdonado. No lo soporto, tengo que salir de aquí.
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El hombre me ha despedido, regreso por el camino que seguí para llegar, ya veo la luz de la calle. Los seis ni siquiera quisieron entrar conmigo, ahora me siguen callados, los reproches cesaron, ya hasta me siento descansado. Llegando a la puerta mis atormentadores se detienen, formados solemnemente, mirando el suelo. Del otro lado de la calle veo pasar a la mujer de mi cama, sin pensarlo cruzo corriendo hacia ella. Una ráfaga de viento con olor a destino me embistió de lado.
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Un hombre yace tirado en el empedrado que se ha tornado rojo por la sangre que emana de sus heridas. Su rostro me resulta familiar, uno de los paramédicos que llegó en la ambulancia hace un rato lo revisa, diciendo en última instancia que ha muerto. Los seis me esperan en la acera, para que emprendamos nuestra larga e infinita marcha, para vagar por esta tierra, hasta que llegue nuestra oportunidad de pasar al otro lado.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Insomnio?

No pasaron más de tres noches antes de que decidieras hacer algo al respecto de tus pesadillas recientes y tus periodos de alucinaciones nocturnas. Al principio creí que era solo cuestión de sonambulismo, pero la lucidez de tus movimientos me hizo percatarme de mi erróneo diagnóstico. Hoy estás sentada junto a la ventana, mirando algo que solo tú ves, esperando la hora de dormir, cansada y triste. No has querido hablar de tus sueños, y no te culpo, pero me gustaría saber si hay algo que podamos hacer o cambiar para disminuir tus pesadillas.

Esta tarde has salido a comprar pastillas para dormir, ¿último recurso? No lo sé, pero creo que es mejor que nada. Anoche no dormiste ni un poco, dijiste que las alucinaciones no te dejaban dormir, pero que no quisiste alarmarme. Hoy has estado muy callada, pensativa, no te has alejado de esa ventana en horas, después del desayuno no hiciste más que irte a sentar a esa silla. Ahora yaces en el mismo lugar, con la misma actitud y la misma mirada, son casi las ocho en el reloj.

La oscuridad se fue comiendo entonces la ciudad hasta degustar nuestra habitación, y recibiste la noche con un suspiro apagado, como de resignación. Me levanto para encender las luces, pero me pides que las deje apagadas, en estos momentos no puedo contradecirte, me acerco entonces a ti, tu mirada sigue fija en la calle (si es eso lo que estás viendo) y no logro que la apartes de ella. Trato de ver lo que ves, pero mis ojos no logran captar más allá de los autos estacionados y el empedrado melancólico.

Los primeros minutos de la noche empiezan a consumirse, una vez que mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad puedo percatarme de ese pesar que cargas sobre los hombros, la tristeza y el cansancio ya han hecho estragos en tu rostro. Ojeras contrastan con tu pálida piel, tus labios dibujan una mueca, que a ratos se convierte en una sonrisa fugaz y casi imperceptible. "Ya es hora de dormir", dices incorporándote de la silla, te acercas a mí, y a pesar del agotamiento no pierdes tus movimientos delicados y rítmicos. Te sientas a mi lado, me miras a los ojos buscando algo dentro de los míos, "ya no te preocupes, estaré bien", me dices, y tratando de convencerme juntas tus labios con los míos.

Tus besos sabor ternura me tranquilizan, nos recostamos para ya dormir, me abrazas buscando seguridad.
-Hoy te esperare- te digo al oído.
-¿Esperar? ¿A qué te refieres?
-A que duermas, no dormiré hasta que tú lo hagas, si has de quedarte despierta lo haré contigo.
-No tienes que hacerlo, además mañana tienes que ir a trabajar temprano
-Yo quiero hacerlo, no te preocupes por mí.
Me abrazas aún más fuerte, puedo sentir tu fuerte respiración sobre mi pecho. "Gracias" dices de forma más tranquila. Poco a poco tu respiración se va haciendo más tranquila, parece que hoy será una noche agradable.

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Ya recorría en el auto viejo de mi abuelo el pueblo en el que viví mi infancia, cuando una voz lejana, que después se volvió estruendo, me arrebato regresándome a la cama matrimonial. Desperté con un espasmo y escuche tu risa, irrumpiendo en el silencio de la madrugada.
- ¿Nena, que tienes?- pregunto mientras busco tu rostro- ¿estás soñando?
Tu risa sigue, no volteas, solo ríes.
-¿Nena, qué pasa? Despierta.
Tu risa se vuelve casi estridente.
-¡Nena! ¡Despierta!
-Estoy despierta, ¿no ves?
-¿Por qué te ríes?- pregunto aun buscando tu rostro.
-¿Que no ves que todos vamos a arder?
-¿De qué hablas?- te incorporas y me ves a los ojos.
-Todos vamos a arder...- dices antes de caer dormida

La escena me ha dejado sin aliento, no quiero despertarte pero me intriga lo que ha pasado. Ahora duermes como si nada, tan apaciblemente como cuando nos quedamos dormidos. No me di cuenta de que la ventanas se quedaron abiertas, una brisa entra provocándome un escalofrío, y después el silencio sepulcral de las tres de la mañana. Pareciera que entramos en un preludio, no estoy seguro para qué, pero lo siento casi como un aura. Un crujido cruzo la calle, tan veloz como un disparo, llegando a mis oídos y penetrando hasta mi cerebro. Luego un estruendo prolongado. Cubro mis oídos, tratando de protegerme, pero parece que el ruido está dentro.

Tú ni siquiera te has movido, el ruido sigue, taladrando en mi interior, haciéndose más fuerte. Cada vez es más fuerte, pero cuando casi se ha vuelto insoportable empieza a ceder, volviendo toda la claridad. De pronto, aún más lejano volvió a escucharse el crujido, recorriendo algunas calles, pero esta vez trajo consigo algo que sacudió el edificio hasta sus cimientos. El temblor se volvió cada vez más intenso, las ventanas se sacudían amenazando con romperse, la madera de los marcos y la puerta crujían, todo parecía que se vendría abajo.
-Nena, despierta, esta tembl...

Mi voz se debilitó hasta convertirse en un gemido casi inaudible, y la fuerza física me fue abandonando gradualmente. Las paredes se agrietaron y por más que trataba de despertarte no me oías, seguías dormida sin darte cuenta de que todo a nuestro alrededor se cae a pedazos. Aunque no me puedo mover mi corazón sigue latiendo violentamente, siento como si mi pecho fuera a estallar, pero no puedo hacer nada para evitarlo. El techo se fue cuarteando, dejando ver entre sus grietas trozos de cielo gris y una que otra estrella, y después pedazos de techo fueron cayendo sobre nosotros.

El dolor fue inevitable, sentí como las rocas rompían mis piernas y otras más golpeaban violentamente mi espalda, no fue quedando de mi más que una masa de carne y sangre, y de ti no supe más...

De pronto todo se volvió oscuridad y silencio, el dolor desapareció, pero estaba tan aturdido que ni siquiera me percate de ello. No podía ver absolutamente nada, por más que esforcé mis ojos no pude vislumbrar cosa alguna. Ni siquiera estaba seguro de si donde estaba acostado era la cama. El silencio era tanto que se tornó ensordecedor, ahora podía moverme pero no quería hacerlo, la inseguridad de no ver el lugar en donde estaba me resulto insoportable. Y sentí entonces tu ausencia, como nunca antes la había sentido.
-¿Qué tienes?- dijo una voz que se escuchó tan cerca que me estremeció, pero tan familiar que me reconforto un poco.
-Tuve una pesadilla- respondí, comprendiendo que la voz era de mi padre.
-No te preocupes, ya estas despierto- dijo el acariciando mis cabellos, como solía hacerlo cuando era niño- Vamos, es hora de tu medicina- agregó tomando mi mano.

No hizo falta pensar para reconocer que estaba en la casa familiar, aquella gran casa que hoy yace en ruinas. Mi padre me guiaba a través de la oscuridad solo con su voz, que golpeaba las paredes y regresaba a mí en un eco extraño. Sé que llegamos hasta la cocina, pero ninguna luz se encendió, y la voz de papá se fue entonces. Una soledad imponente me envolvió, era amarga casi violenta. Mi respiración se volvió agitada de nuevo y el corazón me latía golpeadamente. Llame a mi padre, pero solo me contesto el silencio, otra vez no quería moverme, el vacío alrededor de mi era tan profundo que no pude distinguir si seguía de pie o estaba cayendo. Volví a gritar, pero fue inútil, la desesperación se iba apoderando de mi mente a cada segundo, entonces decidí caminar.

Con pasos lentos e inseguros avance un par de metros, definitivamente ya no estaba en la cocina, a cada paso me alejaba mas de mi mismo y caminaba sin saber si iba hacia donde debería ir. Por momentos creí ver formas pero no eran más que circunvoluciones al cerrar mis ojos, luces creadas por mi imaginación. Entonces escuche tu voz, más cerca de lo que imagine, tu voz suave que cantaba una canción que no recuerdo, tan tranquilizadora y tan cálida. Interrumpes tu canto y me llamas, "¿dónde estás?" Dices buscándome a través del silencio, "aquí estoy" te digo siguiendo el sonido de tu voz, y entre toda la oscuridad vislumbre tu esbelta silueta. "Ven entonces". Un momento de seguridad me invadió, y corrí hacia a ti sin pensar en el vacío que me rodeaba, y fue cuando caí hacia la nada, tan veloz que hizo que me brotaran lágrimas.

Y al momento del impacto desperte...

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Los rayos del sol entran por la ventana abierta, calentando las sábanas y mis piernas. Y entre sueños vi la silueta de un hombre sentado en una silla frente a la ventana. Poco a poco fui regresando a la habitación, desde aquellos lugares que en la madrugada visité, para percatarme de que aquella noche por fin dormí después de tres días de tormentosas pesadillas y alucincaciones. Descansé como nunca lo había hecho. El hombre frente a mi luce cansado, quizás enfermo, y mira por la ventana cosas que solo el ve, la calle, quizás sea eso.
-Buenos días amor, ¿dormiste bien?