-Doctor Juárez, buenas noches-
contestó el doctor Jaime Juárez con mucho pesar, eran las dos de la mañana y no
tenía muchos ánimos de hacerlo.
-¡Doctor!- gritó Gonzalo del
otro lado de la línea- ¡Tiene que ayudarme! ¡Ha regresado por mí!
-Gonzalo, no podemos seguir
así, ya te he dicho que si quieres que te ayude tienes que hacer una cita con
mi secretaria, ¿entiendes?
-Por favor, doctor- Gonzalo se
escuchaba al borde de las lágrimas, su voz era temblorosa y angustiada- es en
serio, está aquí ¡me ha encontrado!
-Gonzalo, cálmate. Mira, llega
a las ocho de la mañana a mi consultorio y te atenderé gustoso.
-¡No! ¡Le juro que si me cuelga
me meto un tiro!- un sonoro click llegó
a los oídos de Jaime, el de un revólver.
-Gonzalo, por favor- dijo Jaime,
que despertó por completo ante semejante amenaza- no hagas una locura, hijo.
-Solo quiero que me ayude-
Gonzalo rompió a llorar. Era un llanto de profunda tristeza.
-Entonces habla conmigo.
-Sí, doctor.
-Bien, ahora dime qué es lo que
pasa.
-Regresó, doctor- dijo Gonzalo
ya más tranquilo.
-¿Quién regresó?
-Está afuera, doctor. Me está
esperando.
-Gonzalo, necesito que me
escuches, ¿ok? Ahora estás en casa, tu lugar seguro. Nadie puede hacerte daño,
escucha mi voz ¿entiendes?
-Sí, doctor- cada vez trataba
de contener el llanto con mayor éxito.
-Ahora, dime quién te encontró.
-El ahuehuete, doctor.
Un ahuehuete. La idea sonaba
tan ridícula que Jaime creyó que esta vez sería más que necesario internar a
Gonzalo en Reyes Mantecón. Hacia una semana había mostrado un gran avance en
cuanto a sus terrores nocturnos, sin embargo, esa noche tenía un retroceso
catastrófico. Jaime lo atribuyó a que Gonzalo había dejado de tomar sus
medicamentos demasiado pronto.
-¿Un árbol?- preguntó Jaime,
tratando de ocultar su incredulidad- ¿dices que un árbol te encontró?
-No es un árbol- respondió
Gonzalo, que empezaba a alterarse de nuevo- Finge ser uno, pero no lo es.
-Entonces, ¿qué es?
-No sé- rompió a llorar
nuevamente- no lo sé doctor.
-Ok, tranquilízate ¿quieres?
Dime qué es.
No obtuvo más respuesta que los
sollozos de Gonzalo, que tras un momento se convirtieron en llanto puro.
-Gonzalo-
dijo Jaime con voz paciente- ¿qué es?
-¡No lo sé!- gritó Gonzalo con
desesperación.
-¿Por qué dices que volvió?
-Porque se llevó a Julián y hoy
he visto sus garras tratando de entrar a mi habitación.
-¿Qué es lo que quiere?
-A mí- dijo Gonzalo, tras lo
cual intensificó su llanto.
-Tranquilo, ¿Por qué dices eso?
-Porque soy el único que le
falta.
-¿Qué quieres decir?- preguntó
Jaime, que se pegaba el móvil a la oreja para no perder ningún detalle de lo
que su paciente decía- ¿a qué te refieres con que eres el único que le falta?
-¡Mató a mis amigos, doctor! ¡A
Lalo y a Julián!- exclamó Gonzalo.
-¿Por qué lo hizo?
-Porque quisimos matarlo.
-¿Cómo?
-No me acuerdo- dijo Gonzalo.
Lloraba como un niño, con
angustia que acongojaba. A Jaime le resultaba difícil no imaginar a su paciente
con las manos en el rostro y postrado en su cama hablando con quien consideraba
su única ayuda posible.
-Trata de hacerlo, Gonzalo. Si
recuerdas podré encontrar una forma de ayudarte.
-Cuando éramos niños- comenzó el
relato de pronto, como si no hubiera escuchado a Jaime- vivíamos en Santiaguito
Etla en casas seguidas. En la esquina de nuestra calle había un terreno baldío
lleno de árboles que sobrevivieron a un incendio cuando era un recién nacido. En
la mera esquina había un ahuehuete. Nunca nos llamó la atención, porque no
creció mucho. Hasta que un día una de las cabras del papá de Julián
desapareció.
“Encontramos…- lloró de nuevo,
pero casi de inmediato se tranquilizó, sonó su nariz y continuó- encontramos
una parte del cadáver de la cabra debajo del árbol. Estaba mordisqueado,
muerto, con los ojos como canicas. Creímos que los perros callejeros lo habían
hecho, pero no fue así.
-¿Cómo sabes que no fueron los
perros callejeros?
-Por lo que vi esa noche.
-¿Qué viste, Gonzalo?
-No sé- empezaba a balbucear por
las lágrimas- no me acuerdo.
-Gonzalo, tienes que decirme qué
viste para que pueda ayudarte.
-Mi casa era la última de la
calle antes del terreno baldío. Esa noche no pude dormir por pensar en la cabra
del papá de Julián, solo pensaba y pensaba. Entonces miré a la ventana. ¡Dios!
¡Ojalá no hubiera volteado! El ahuehuete se movía, pero no por el viento, más
bien parecía moverse en contra de él. Lo vi moverse, caminar. ¿Cómo diablos
puede ser posible eso? Caminó y asomó parte de él a mi casa. Nosotros teníamos
un perro ¿sabe? Un pastor alemán que le habían regalado a mi papá, él estaba
afuera y… El ahuehuete lo vio.
“Pareció que se puso de pie.
Algunas de sus ramas se volvieron… Brazos con… enormes garras… Saltó la barda…-
las pausas que hacía entre frase y frase se llenaban por el sonido de su
respiración agitada, Jaime lo imaginaba sosteniendo el teléfono con los ojos
cerrados y el puño apretado.- Entró en la casa. Era horrible, como esos árboles
de El Señor de los Anillos, pero con una esencia más diabólica. Fue hasta donde
estaba el perro y… lo tomó con sus garras. Del tronco abrió su… boca o lo que
quiera que fuese. Se lo comió.
“Dios mío- susurró Gonzalo, que
lloraba nuevamente. Jaime lo escuchaba atento, a decir verdad, su historia le
resultaba más estremecedora de lo que esperaba.- Cerraba sus fauces cuando me
vio. No tiene ojos, pero sabes que te está mirando, se puede sentir. Doctor ya
no puedo.
-Sí puedes, Gonzalo.
-No, doctor. Me ha encontrado.
Solo es cuestión de tiempo que venga por mí.
-Nadie vendrá por ti, si pasa
algo llamaré a la policía- respondió Jaime, intentando infundir un poco de
confianza en su paciente.- ¿Qué pasó después?
-Empezó a acercarse, caminando
lento con sus raíces que se había convertido en patas. Vino hasta mi ventana y
miró mi habitación y a mí.
-¿Y qué pasó?
-No lo sé- contestó Gonzalo con
sollozos- me desmayé.
-¿Y cómo intentaron matarlo?-
preguntó Jaime, tratando de apresurar su conversación.
-Al otro día les platiqué a
Julián y a Lalo lo que había pasado. Me creyeron, Lalo nos contó que su abuelo
contaba que no había que confiar en los ahuehuetes porque las almas malditas
los usan para vivir eternamente, así que propuso cortarlo con el hacha que
usaba para cortar leña. Él era el mayor, tenía quince, Julián tenía ocho y yo
seis. Nos vimos al atardecer, cuando nuestros padres estaban ocupados. Lalo
llevó su hacha, no dijimos nada, solo dejamos que lo hiciera.
“Cortó tan rápido como pudo. A
cada hachazo brotaba un líquido negro, como la sangre, pero apestaba a perro
muerto. Cortó y cortó hasta que el tronco no pudo resistir más y cayó sobre el
terreno. Creímos que lo habíamos matado. Cuando tratamos de volver a casa una
de las ramas se envolvió en el tobillo de Lalo y tiró de él y…- El recuerdo fue
demasiado para Gonzalo, vio morir a su amigo, pensó Jaime, un trauma de lo más
duro.- El ahuehuete abrió de nuevo sus fauces y lo devoró. Julián y yo corrimos
a nuestras casas y nos encerramos.
-Si lo cortaron, ¿por qué dices
que volvió?
-Porque al otro día encontramos
el lugar vació. Se desarraigó y se fue.
-Gonzalo, bien pudieron
arrancado las raíces para dejar limpio el terreno y…
-¡Yo sé lo que vi!- gritó
Gonzalo con sumo enojo- ¡No estoy loco, doctor! El árbol se comió a mi amigo.
Gonzalo rompió a llorar, esta
vez con una desesperación y una angustia desgarradora. No respondía, tan solo
lloraba. No le veía, pero Jaime tenía la clara imagen de Gonzalo: sentado en la
cama sosteniendo el teléfono en una mano y el revólver en la otra, la cara
pálida y los ojos inyectados de sangre, con una mirada enloquecida por la
angustia que sufría. Esa imagen era aterradora.
-La semana pasada me encontré a Julián.
Aún trabaja como jardinero en Santiaguito. Me dijo que el ahuehuete jamás
volvió y saberlo fue lo mejor que me había pasado en años. Me sentí tan bien
que ayer decidí visitar el pueblo.
-¿Y qué pasó?
-Busqué a Julián y me dijeron
que llevaba dos días desaparecido. Cuando encontré mi antigua casa…
-¿Qué?
Gonzalo gritó de horror.
-¿Qué pasó?- gritó Jaime,
tratando de llamar su atención.
-¡Ahí estaba! En la misma
esquina tal y como lo recordaba, solo que esta vez tenía colgado el sombrero de
Julián. ¡El maldito lo mató también! Me fui de ahí y vine directo a casa y no
he salido.
-¿Entonces cómo sabes que te ha
encontrado?
-¡Porque he visto la sombra de
sus garras querer entrar a mi habitación!- exclamó Gonzalo, ya al borde de la
locura.
-Pero esa podría ser la sombre
de cualquier árbol, tan solo estás proyectando uno de tus traumas en…
-Doctor, ¡¿Cómo es eso posible
si mi departamento está en el doceavo piso de un edificio?!
-Gonzalo, necesitas tomar de
nuevo tus medicamentos, esas alucinaciones son…
-¡Al diablo con los
medicamentos!- inquirió Gonzalo- ¡Al diablo con…!
Se detuvo.
-¿Gonzalo?- dijo Jaime. Pero no
hubo respuesta.
-No.
-Gonzalo, ¿cuándo fue la última
vez que…?
-¡No!
Un estruendo, el de la ventana
de la habitación de Gonzalo romperse en mil pedazos.
-¡No! ¡No, por favor!- gritó
Gonzalo, esta vez sus gritos eran de auténtico terror.
El disparo de su revólver, luego
otro. Más gritos. Por fin la comunicación se cortó.
-¿Gonzalo?
Solo escuchó sonidos de
teléfono.
No hay comentarios:
Publicar un comentario