Driving down the darkness

domingo, 23 de diciembre de 2012

El Ahuehuete

-Doctor Juárez, buenas noches- contestó el doctor Jaime Juárez con mucho pesar, eran las dos de la mañana y no tenía muchos ánimos de hacerlo.
-¡Doctor!- gritó Gonzalo del otro lado de la línea- ¡Tiene que ayudarme! ¡Ha regresado por mí!
-Gonzalo, no podemos seguir así, ya te he dicho que si quieres que te ayude tienes que hacer una cita con mi secretaria, ¿entiendes?
-Por favor, doctor- Gonzalo se escuchaba al borde de las lágrimas, su voz era temblorosa y angustiada- es en serio, está aquí ¡me ha encontrado!
-Gonzalo, cálmate. Mira, llega a las ocho de la mañana a mi consultorio y te atenderé gustoso.
-¡No! ¡Le juro que si me cuelga me meto un tiro!-  un sonoro click llegó a los oídos de Jaime, el de un revólver.
-Gonzalo, por favor- dijo Jaime, que despertó por completo ante semejante amenaza- no hagas una locura, hijo.
-Solo quiero que me ayude- Gonzalo rompió a llorar. Era un llanto de profunda tristeza.
-Entonces habla conmigo.
-Sí, doctor.
-Bien, ahora dime qué es lo que pasa.
-Regresó, doctor- dijo Gonzalo ya más tranquilo.
-¿Quién regresó?
-Está afuera, doctor. Me está esperando.
-Gonzalo, necesito que me escuches, ¿ok? Ahora estás en casa, tu lugar seguro. Nadie puede hacerte daño, escucha mi voz ¿entiendes?
-Sí, doctor- cada vez trataba de contener el llanto con mayor éxito.
-Ahora, dime quién te encontró.
-El ahuehuete, doctor.
Un ahuehuete. La idea sonaba tan ridícula que Jaime creyó que esta vez sería más que necesario internar a Gonzalo en Reyes Mantecón. Hacia una semana había mostrado un gran avance en cuanto a sus terrores nocturnos, sin embargo, esa noche tenía un retroceso catastrófico. Jaime lo atribuyó a que Gonzalo había dejado de tomar sus medicamentos demasiado pronto.
-¿Un árbol?- preguntó Jaime, tratando de ocultar su incredulidad- ¿dices que un árbol te encontró?
-No es un árbol- respondió Gonzalo, que empezaba a alterarse de nuevo- Finge ser uno, pero no lo es.
-Entonces, ¿qué es?
-No sé- rompió a llorar nuevamente- no lo sé doctor.
-Ok, tranquilízate ¿quieres? Dime qué es.
No obtuvo más respuesta que los sollozos de Gonzalo, que tras un momento se convirtieron en llanto puro.
                -Gonzalo- dijo Jaime con voz paciente- ¿qué es?
-¡No lo sé!- gritó Gonzalo con desesperación.
-¿Por qué dices que volvió?
-Porque se llevó a Julián y hoy he visto sus garras tratando de entrar a mi habitación.
-¿Qué es lo que quiere?
-A mí- dijo Gonzalo, tras lo cual intensificó su llanto.
-Tranquilo, ¿Por qué dices eso?
-Porque soy el único que le falta.
-¿Qué quieres decir?- preguntó Jaime, que se pegaba el móvil a la oreja para no perder ningún detalle de lo que su paciente decía- ¿a qué te refieres con que eres el único que le falta?
-¡Mató a mis amigos, doctor! ¡A Lalo y a Julián!- exclamó Gonzalo.
-¿Por qué lo hizo?
-Porque quisimos matarlo.
-¿Cómo?
-No me acuerdo- dijo Gonzalo.
Lloraba como un niño, con angustia que acongojaba. A Jaime le resultaba difícil no imaginar a su paciente con las manos en el rostro y postrado en su cama hablando con quien consideraba su única ayuda posible.
-Trata de hacerlo, Gonzalo. Si recuerdas podré encontrar una forma de ayudarte.
-Cuando éramos niños- comenzó el relato de pronto, como si no hubiera escuchado a Jaime- vivíamos en Santiaguito Etla en casas seguidas. En la esquina de nuestra calle había un terreno baldío lleno de árboles que sobrevivieron a un incendio cuando era un recién nacido. En la mera esquina había un ahuehuete. Nunca nos llamó la atención, porque no creció mucho. Hasta que un día una de las cabras del papá de Julián desapareció.
“Encontramos…- lloró de nuevo, pero casi de inmediato se tranquilizó, sonó su nariz y continuó- encontramos una parte del cadáver de la cabra debajo del árbol. Estaba mordisqueado, muerto, con los ojos como canicas. Creímos que los perros callejeros lo habían hecho, pero no fue así.
-¿Cómo sabes que no fueron los perros callejeros?
-Por lo que vi esa noche.
-¿Qué viste, Gonzalo?
-No sé- empezaba a balbucear por las lágrimas- no me acuerdo.
-Gonzalo, tienes que decirme qué viste para que pueda ayudarte.
-Mi casa era la última de la calle antes del terreno baldío. Esa noche no pude dormir por pensar en la cabra del papá de Julián, solo pensaba y pensaba. Entonces miré a la ventana. ¡Dios! ¡Ojalá no hubiera volteado! El ahuehuete se movía, pero no por el viento, más bien parecía moverse en contra de él. Lo vi moverse, caminar. ¿Cómo diablos puede ser posible eso? Caminó y asomó parte de él a mi casa. Nosotros teníamos un perro ¿sabe? Un pastor alemán que le habían regalado a mi papá, él estaba afuera y… El ahuehuete lo vio.
“Pareció que se puso de pie. Algunas de sus ramas se volvieron… Brazos con… enormes garras… Saltó la barda…- las pausas que hacía entre frase y frase se llenaban por el sonido de su respiración agitada, Jaime lo imaginaba sosteniendo el teléfono con los ojos cerrados y el puño apretado.- Entró en la casa. Era horrible, como esos árboles de El Señor de los Anillos, pero con una esencia más diabólica. Fue hasta donde estaba el perro y… lo tomó con sus garras. Del tronco abrió su… boca o lo que quiera que fuese. Se lo comió.
“Dios mío- susurró Gonzalo, que lloraba nuevamente. Jaime lo escuchaba atento, a decir verdad, su historia le resultaba más estremecedora de lo que esperaba.- Cerraba sus fauces cuando me vio. No tiene ojos, pero sabes que te está mirando, se puede sentir. Doctor ya no puedo.
-Sí puedes, Gonzalo.
-No, doctor. Me ha encontrado. Solo es cuestión de tiempo que venga por mí.
-Nadie vendrá por ti, si pasa algo llamaré a la policía- respondió Jaime, intentando infundir un poco de confianza en su paciente.- ¿Qué pasó después?
-Empezó a acercarse, caminando lento con sus raíces que se había convertido en patas. Vino hasta mi ventana y miró mi habitación y a mí.
-¿Y qué pasó?
-No lo sé- contestó Gonzalo con sollozos- me desmayé.
-¿Y cómo intentaron matarlo?- preguntó Jaime, tratando de apresurar su conversación.
-Al otro día les platiqué a Julián y a Lalo lo que había pasado. Me creyeron, Lalo nos contó que su abuelo contaba que no había que confiar en los ahuehuetes porque las almas malditas los usan para vivir eternamente, así que propuso cortarlo con el hacha que usaba para cortar leña. Él era el mayor, tenía quince, Julián tenía ocho y yo seis. Nos vimos al atardecer, cuando nuestros padres estaban ocupados. Lalo llevó su hacha, no dijimos nada, solo dejamos que lo hiciera.
“Cortó tan rápido como pudo. A cada hachazo brotaba un líquido negro, como la sangre, pero apestaba a perro muerto. Cortó y cortó hasta que el tronco no pudo resistir más y cayó sobre el terreno. Creímos que lo habíamos matado. Cuando tratamos de volver a casa una de las ramas se envolvió en el tobillo de Lalo y tiró de él y…- El recuerdo fue demasiado para Gonzalo, vio morir a su amigo, pensó Jaime, un trauma de lo más duro.- El ahuehuete abrió de nuevo sus fauces y lo devoró. Julián y yo corrimos a nuestras casas y nos encerramos.
-Si lo cortaron, ¿por qué dices que volvió?
-Porque al otro día encontramos el lugar vació. Se desarraigó y se fue.
-Gonzalo, bien pudieron arrancado las raíces para dejar limpio el terreno y…
-¡Yo sé lo que vi!- gritó Gonzalo con sumo enojo- ¡No estoy loco, doctor! El árbol se comió a mi amigo.
Gonzalo rompió a llorar, esta vez con una desesperación y una angustia desgarradora. No respondía, tan solo lloraba. No le veía, pero Jaime tenía la clara imagen de Gonzalo: sentado en la cama sosteniendo el teléfono en una mano y el revólver en la otra, la cara pálida y los ojos inyectados de sangre, con una mirada enloquecida por la angustia que sufría. Esa imagen era aterradora.
-La semana pasada me encontré a Julián. Aún trabaja como jardinero en Santiaguito. Me dijo que el ahuehuete jamás volvió y saberlo fue lo mejor que me había pasado en años. Me sentí tan bien que ayer decidí visitar el pueblo.
-¿Y qué pasó?
-Busqué a Julián y me dijeron que llevaba dos días desaparecido. Cuando encontré mi antigua casa…
-¿Qué?
Gonzalo gritó de horror.
-¿Qué pasó?- gritó Jaime, tratando de llamar su atención.
-¡Ahí estaba! En la misma esquina tal y como lo recordaba, solo que esta vez tenía colgado el sombrero de Julián. ¡El maldito lo mató también! Me fui de ahí y vine directo a casa y no he salido.
-¿Entonces cómo sabes que te ha encontrado?
-¡Porque he visto la sombra de sus garras querer entrar a mi habitación!- exclamó Gonzalo, ya al borde de la locura.
-Pero esa podría ser la sombre de cualquier árbol, tan solo estás proyectando uno de tus traumas en…
-Doctor, ¡¿Cómo es eso posible si mi departamento está en el doceavo piso de un edificio?!
-Gonzalo, necesitas tomar de nuevo tus medicamentos, esas alucinaciones son…
-¡Al diablo con los medicamentos!- inquirió Gonzalo- ¡Al diablo con…!
Se detuvo.
-¿Gonzalo?- dijo Jaime. Pero no hubo respuesta.
-No.
-Gonzalo, ¿cuándo fue la última vez que…?
-¡No!
Un estruendo, el de la ventana de la habitación de Gonzalo romperse en mil pedazos.
-¡No! ¡No, por favor!- gritó Gonzalo, esta vez sus gritos eran de auténtico terror.
El disparo de su revólver, luego otro. Más gritos. Por fin la comunicación se cortó.
-¿Gonzalo?
Solo escuchó sonidos de teléfono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario