La pequeña Sofía cumplía seis y, como en cualquier otro
cumpleaños, le había esperado en la mesa durante el desayuno un plato de
panqueques con mantequilla y mermelada de fresa, el desayuno perfecto. Su madre
le había cantado junto con su padre las mañanitas y habían desayunado juntos.
A pesar de que tenía que ir a la escuela, el día prometía ser de
lo más especial para una niña que cumple años.
Su padre, Ignacio, le llevó a la escuela como siempre, con la
excepción de que esta vez Sofía llevaba a Cindy, su muñeca favorita, a la
escuela. Además, para mejorar aun más el día, Ignacio le había prometido una
gran sorpresa cuando regresara a casa.
Así, en un estado de euforia infantil, llegó Sofía a la escuela un
poco antes de las ocho de la mañana.
En cuanto entró a su salón sus amigas la abrazaron y la
felicitaron, una hasta le dio un regalo mal envuelto. En cuanto a los demás,
pues hicieron lo propio y escribieron en el pizarrón (o eso intentaron): ¡FELIS
CUMPLEAÑOS SOFI! En cuanto la maestra vio aquel anuncio corrigió la palabra
FELIS y felicitó a Sofi. Definitivamente estaba siendo un estupendo cumpleaños.
Las horas pasaron y las clases se volvieron muy amenas por la
espera a la gran sorpresa que le esperaba a Sofi en casa.
A la hora del recreo Sofi almorzó con sus amigas. Platicaban,
reían, disfrutaban de ser niñas. Entonces Sofi sintió aquella presencia por
primera vez. "Sofi..." Escuchó la niña, pero el sonido de aquella voz
no parecía venir de otro lado que no fuera de su propia cabeza. "Sofi..."
La voz era cada vez más intensa. "SO-FI". Entonces al fin logró
verlo. Estaba en la reja de la entrada de la escuela, un hombre alto vestido
con un frac negro, sombrero de copa y bastón. "Se parece a Willy
Wonka" pensó Sofi, claro, pero una versión más oscura. El sombrero de copa
le hacía sombra y le cubrían los ojos, pero aun así Sofi sabía que aquel hombre
le miraba.
"Feliz cumpleaños Sofi" dijo, su voz sonaba burlona,
hizo girar el bastón y se desvaneció.
-¿Sofi? ¿Qué tienes?- preguntó una de sus amigas, puesto que
notaron que Sofi aun miraba hacia donde había estado aquel ser oscuro que le
había hablado. Terminaron de comer justo cuando sonó el timbre que indicaba el
fin del recreo, Sofi y sus amigas regresaron a su salón.
El resto del día transcurrió normal, excepto que Sofía no dejaba
de imaginar cosas sobre el hombre del frac. ¿Cuál sería su nombre? ¿Era un
fantasma? ¿O eso que papá llamaba pedredastra? Imaginó que le esperaría después
de la escuela pero ¿eso sería buena idea? Sofi pensó y pensó hasta que la
campana de salida sonó a las dos de la tarde. Para ese entonces el semblante de
Sofía había cambiado por completo, ya no se veía feliz sino ansiosa. Tomó sus
cosas y salió rápido de su salón.
Al salir de la escuela siempre esperaba a su padre cerca de la
entrada, cerca de donde había visto al hombre del frac. Se sentó con Cindy a
esperar.
Se hicieron las dos con diez, dos con veinte... Ignacio siempre
tardaba, pero lo que en realidad la tenía ansiosa era saber del ser de frac. No
aparecía y su padre llegaría pronto, y si no aparecía quizás no pudiera verlo
jamás. Dieron las dos y media y nada. Entonces Sofi vio el auto de su padre.
Hizo una mueca de decepción y se llevó las manos al rostro.
¡Clap!
-Hola Sofi- dijo el hombre de frac.
Sofi apartó las manos de sí y saltó del susto, y entonces miró al
ser que había estado esperando todo el día, más aun que su pastel de
cumpleaños. Era mucho más alto de lo que parecía, estaba plantado frente a ella
con las manos en la espalda e inclinado hacia Sofía. Entonces la niña notó algo
muy peculiar: todo se había detenido, de alguna manera el hombre del frac había
detenido el tiempo. Sofi miró a su alrededor y vio que todo mundo se había
quedado suspendido en las acciones que llevaban a cabo. Cerca de ellos una
madre llevaba a su hijo de la mano, al niño se le resbalaba un mazo de tarjetas
de fútbol de la mano. Algunos otros niños jugaban a la pelota que estaba
inmóvil en el aire, y a lo lejos vio a su padre que tenía la puerta del auto a
medio abrir.
Luego, en un movimiento lento, se incorporó el hombre oscuro
imponiendo su esbelta y alta figura. Le salía una mata de pelo de debajo del
sombrero, el cual aun le hacía sombra.
Sombra.
Todo se había oscurecido, no demasiado, pero sí lo suficiente como
para notarlo, como si a la cámara le hubieras puesto un filtro blanco y negro.
Entonces el ser habló de nuevo.
-¿Cómo te la estás pasando pequeña?- Su voz sonaba burlona, como
si estuviera a punto de contar un chiste.
-Se... Supone... Que no debo hablar con extraños. Menos si eres un
prevetido, eso dice papá.
-¡Oh! Pero no soy un extraño- dijo y se llevó la mano al sombrero-
Mi nombre es Érebos- se quitó el sombrero e hizo una reverencia rápida. El
cabello largo le cubrió el rostro y casi de inmediato se incorporó calándose el
sombrero- Mucho gusto Sofi.
-¿No eres prevetido?- preguntó la niña aun incrédula- porque los
prevetidos lastiman a los niños.
-No, Sofi. No soy un pervertido.
-Entonces ¿qué eres?
-Soy un viejo amigo.
Érebos dio media vuelta y se paseó mirando a las congeladas
personas.
-¿Cómo sabes mi nombre?- preguntó Sofi, que no confiaba mucho en
Érebos.
-Yo sé muchas cosas pequeña, tengo el don de saber las cosas por
la forma de tu sombra, por la mirada en tus ojos, por tu forma de silbar,
incluso por tu forma de hablar.
-¿Mi sombra?- preguntó Sofi con tono de sorpresa, pues realmente
le había parecido algo sumamente genial.
-Sí, yo soy el señor de las sombras.
-Y ¿qué más sabes hacer? ¿Tú detuviste el tiempo?
-Así es, mi pequeña amiga. Puedo hacerlo cuantas veces quiera con
solo aplaudir, clap, paramos, clap, seguimos. Clap, clap- decía mientras daba
saltitos al ritmo de sus propias palabras. Érebos sonrió. Su sonrisa era una
mueca seca que mostraba sus oscuros dientes.
-¿Por qué estás aquí?- preguntó Sofi, que empezaba a sentirse un
poco más confiada, pero aun así se mantenía a la defensiva.
-Pues, verás Sofi, he venido desde muy lejos por ti, porque hoy es
tu cumpleaños.
-Sí, lo es- ahora la pequeña Sofía mostraba interés en las
palabras de Érebos- pero ¿eso qué tiene de importante?
-¡Oh!- dijo el oscuro dando un salto hacia atrás y llevándose una
mano a la boca- ¿No lo sabes?
-¿Qué?
-¡Los cumpleaños son magia! !Magia pura y muy poderosa!
Sofi abrió los ojos como platos. Los cumpleaños eran magia pura.
La simple idea le pareció demasiado buena para ser verdad, pero, si era cierta,
sería lo mejor del día. Al parecer Érebos sabía cómo utilizar esa magia, de
otra manera ¿por qué estaría tan interesado en ella?
-Pues, no lo sabía- dijo Sofi un tanto apenada por no saberlo- ¿me
explicas?
-Por supuesto, mi querida Sofi. Verás- dijo mientras hacía girar
el bastón- la vida de los seres como yo se mueve con magia, de la más poderosa.
No de esa magia- dijo señalando con el bastón la frente de Sofi- no, no, no,
no... Esa no es magia Sofi- la niña estaba sorprendida, pensaba en el mago de
su cumpleaños anterior, que había sacado un conejo de su sombrero- Probablemente
no me entiendas si te explico lo que es exactamente, pero esto quizás sí.
Agitó su bastón y lo hizo girar una y otra vez. Ondas empezaron a
brotar de la cabeza del bastón y hacían círculos alrededor del diamente de
ella. Las ondas se fueron intensificando y adquirieron un color morado intenso.
Sofi miraba el espectáculo con la boca abierta y los ojos como grandes platos
limpios. De pronto las ondas alcanzaron tal magnitud que formaron un círculo de
al menos dos metros de diámetro. En un momento dado, de aquel portal salió un
león gigantesco, o al menos eso le pareció a Sofi que jamás había visto a uno
en otra cosa que no fueran fotos, saltó frente a Érebos y se sentó delante de
él.
-¡Mirad!- dijo Érebos.
-¡Wow!- exclamó Sofi. De pronto todo se había vuelto más claro,
como si la luz se hubiera intensificado.
-Apuesto a que es mejor que el conejo de tu cumpleaños pasado, ¿eh?
Hay algo que debo confesarte, necesito de esa magia. Si no la obtengo moriré,
¿entiendes?
Sofi tenía una idea muy vaga de lo que era la muerte, pero
entendió a la perfección que eso sería algo muy malo para Érebos. Asintió, pero
su atención estaba en el león que se relamía los bigotes.
-Pues, verás, mi querida Sofi, necesito de la magia de tu
cumpleaños. ¿Me la regalarías?
-¡Claro!- respondió Sofi- pero, ¿cómo te la doy?
Érebos sonrió. Estaba tan alegre que dejó que el león se acercara
a Sofi y jugara con ella. El gran león le lamió la mejilla, o más bien la cara
entera, a Sofi y subió una de sus patas a las piernas de la niña.
-Pues muy sencillo, mi querida amiga, lo único que debes hacer es
desear que yo viva cuando soples las velitas de tu pastel.
Sofi, que aun acariciaba la gran melena del león, meditó un
momento.
-No.
La sonrisa de Érebos se desvaneció.
-¿No?- dijo e inmediatamente el león se alejó de Sofi.
-No, pediré una amiga para Cindy- respondió la niña mostrando a su
muñeca. De pronto, en donde había sonrisa apareció una mueca de asco.
-¿Una muñeca? Pfff... Humanos, ¿qué podía esperar de una niña?
Ustedes las personas desperdician la verdadera magia con deseos estúpidos como
un auto, dinero, una persona que no los ama, una muñeca...- el león comenzó a
rugir con las fauces cerradas, a la vez que Érebos se ponía fúrico- hace mucho
que no escucho de alguien que pida sabiduría, conocimientos, éso sí es útil.
-Lo siento- dijo Sofi muy segura de su respuesta- pero es mi deseo
y...
-Nada. No entiendes ¿cierto? Necesito tu magia y estoy dispuesto a
hacer cualquier cosa por obtenerla, no tienes una idea de lo que mi magia puede
hacer.
Érebos había adquirido un semblante diabólico y su tono de voz se
había tornado malévolo. El león empezó a rugir cada vez más fuertes con las
fauces más abiertas a cada instante. Sofi tuvo miedo, pero sabía al mismo
tiempo que Érebos no la mataría, puesto que necesitaba de su magia, aun así le
aterraba.
-No te tengo miedo- dijo Sofi.
-No quiero que me tengas miedo pequeña- sus dientes habían
cambiado, se volvían afilados y se multiplicaban, al sonreír parecía como si se
tuviera a un tiburón en frente- eso es lo de menos. Lo que quiero es que veas
lo que haré si no me das esa magia.
Érebos se acercó a la niña, tanto que quedaron frente a frente
distanciados por unos poco centímetros. Sofi trataba de alejarse, más el miedo
la había paralizado por completo. El oscuro se llevó las manos al sombrero y se
lo quitó, quedando al descubierto sus ojos. Sofi solo alcanzó a ver dos cuencas
oscuras y dos esferas amarillas que le envolvían.
Oscuridad. Mucha oscuridad.
Sofi sintió miedo de que Érebos le hubiera llevado a otro lugar
lejos de la escuela, pero lo que vino después le aterro más que aquella idea.
Primero vio a su padre discutiendo con su madre. Ignacio estaba furioso, tanto
que le saltaban las venas del cuello, y le gritaba a su madre. En un momento
dado Ignacio golpeaba a su esposa con los puños cerrados. Sofi gritó, pero se
dio cuenta que su voz no salía. De pronto vio sangre en los puños de papá, que
sonreía de una manera terrorífica.
La oscuridad reinó de nuevo. Sofi lloraba de horror.
De pronto todo se iluminó de nuevo, pero esta vez vio a sus
compañeros de clase en su aula. Todos gritaban y pateaban sus bancas, hacían un
gran alboroto. En el fondo del aula estaba la maestra llorando de desesperación
y de terror. Entonces los niños se fueron contra ella para golpearla y
rasguñarla. Sofi solo alcanzó a ver que la maestra sucumbía entre patadas y
gritos de sus compañeros.
Oscuridad. Sofi lloraba de horror.
De nuevo vio a su padre. Esta vez estaba sentado en la sala de su
casa bebiendo eso que lo ponía contento. Pero su cara era de extrema tristeza,
lloraba y lloraba con un dolor insoportable. Sofi cerró los ojos, pues no
aguantaba ver a su padre de esa forma, eran cosas que no entendía y que no
quería entender jamás. La niña abrió los ojos nuevamente, pero solo se encontró
a su padre con un revólver en la boca. ¡Bang!
Oscuridad.
La luz volvió. Esta vez Sofi estaba nuevamente frente a Érebos que
la miraba con sus ojos amarillos. El ser oscuro se puso de pie y se caló el
sombrero dejando sus ojos en las sombras.
-¿Me comprendes ahora, mocosa?- preguntó Érebos con desprecio.
Sofi solo asintió, las lágrimas habían desaparecido, habían sido
parte de la ilusión.
-Soy eso que hace que las personas enloquezcan, lo que provoca que
la gente hable sola. Soy lo que hace que algunos tengan la necesidad de matar.
Así que no juegues conmigo niña. Me darás ese deseo a menos que quieras que
pase todo lo que te he mostrado.
-Pero...
¡Clap!
-¡Mi amor!- gritó Ignacio. El padre cargó a su hija con un brazo.-
¿Cómo te fue hoy, eh?
-¡Papi!- respondió Sofi abrazando fuertemente a su padre. Sintió
gran alivio al ver que su padre sonreía en grande manera.
-Venga, vayamos a casa.
Ambos salieron hacia donde estaba el auto, no sin antes sortear al
pequeño que recogía sus tarjetas de fútbol, y se pusieron en marcha.
"Me darás ese deseo a menos que quieras que pase todo lo que
te he mostrado."
Aquellas palabras resonaban en la cabeza de Sofi. Estaba asustada.
No quería perder a mamá o a papá, no quería ver esa clase de sufrimiento.
Cuando llegaron a casa su madre la recibió con una gran fiesta, algunos de sus
amiguitos estaban ahí y todos ellos le aplaudieron e hicieron una una gran
algarabía. En la mesa había un gran pastel con seis velitas que le esperaban encendidas.
Sofi no creyó que el soplar las velas fuera a suceder tan pronto, pero su padre
adelantó las cosas cargándola y poniéndola frente al pastel.
Se escucharon las mañanitas como en la mañana, pero esta vez era
todo un coro que cantaba. Sofi deseó que la canción se alargara más y más,
hasta que al fin llegó el momento de soplar las velas.
-¡Pide un deseo!- gritó alguien.
"Una muñeca, una muñeca" pensó Sofi. Entonces escuchó la
voz de Érebos. La niña miró por la ventana y vio que el oscuro estaba de pie
junto al león mirándola con esos ojos amarillos y dejando ver su dentadura de
tiburón.
Sofi miró su pastel con tristeza, levantó la vista y vio a sus
padres que esperaban con sendas sonrisas. De pronto las manos de Ignacio se
mancharon de sangre y su sonrisa se volvió malévola, su madre, a su lado, tenía
el rostro desfigurado. Sus compañeritos adquirieron miradas salvajes que daban
miedo. Fuera, Érebos sonreía.
Sofi cerró los ojos y sopló las velitas, sumiendo a todos en una
profunda oscuridad.
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