Driving down the darkness

domingo, 7 de octubre de 2012

Feliz cumpleaños, Sofi



La pequeña Sofía cumplía seis y, como en cualquier otro cumpleaños, le había esperado en la mesa durante el desayuno un plato de panqueques con mantequilla y mermelada de fresa, el desayuno perfecto. Su madre le había cantado junto con su padre las mañanitas y habían desayunado juntos.
A pesar de que tenía que ir a la escuela, el día prometía ser de lo más especial para una niña que cumple años.
Su padre, Ignacio, le llevó a la escuela como siempre, con la excepción de que esta vez Sofía llevaba a Cindy, su muñeca favorita, a la escuela. Además, para mejorar aun más el día, Ignacio le había prometido una gran sorpresa cuando regresara a casa.
Así, en un estado de euforia infantil, llegó Sofía a la escuela un poco antes de las ocho de la mañana.
En cuanto entró a su salón sus amigas la abrazaron y la felicitaron, una hasta le dio un regalo mal envuelto. En cuanto a los demás, pues hicieron lo propio y escribieron en el pizarrón (o eso intentaron): ¡FELIS CUMPLEAÑOS SOFI! En cuanto la maestra vio aquel anuncio corrigió la palabra FELIS y felicitó a Sofi. Definitivamente estaba siendo un estupendo cumpleaños.
Las horas pasaron y las clases se volvieron muy amenas por la espera a la gran sorpresa que le esperaba a Sofi en casa.
A la hora del recreo Sofi almorzó con sus amigas. Platicaban, reían, disfrutaban de ser niñas. Entonces Sofi sintió aquella presencia por primera vez. "Sofi..." Escuchó la niña, pero el sonido de aquella voz no parecía venir de otro lado que no fuera de su propia cabeza. "Sofi..." La voz era cada vez más intensa. "SO-FI". Entonces al fin logró verlo. Estaba en la reja de la entrada de la escuela, un hombre alto vestido con un frac negro, sombrero de copa y bastón. "Se parece a Willy Wonka" pensó Sofi, claro, pero una versión más oscura. El sombrero de copa le hacía sombra y le cubrían los ojos, pero aun así Sofi sabía que aquel hombre le miraba.
"Feliz cumpleaños Sofi" dijo, su voz sonaba burlona, hizo girar el bastón y se desvaneció.
-¿Sofi? ¿Qué tienes?- preguntó una de sus amigas, puesto que notaron que Sofi aun miraba hacia donde había estado aquel ser oscuro que le había hablado. Terminaron de comer justo cuando sonó el timbre que indicaba el fin del recreo, Sofi y sus amigas regresaron a su salón.
El resto del día transcurrió normal, excepto que Sofía no dejaba de imaginar cosas sobre el hombre del frac. ¿Cuál sería su nombre? ¿Era un fantasma? ¿O eso que papá llamaba pedredastra? Imaginó que le esperaría después de la escuela pero ¿eso sería buena idea? Sofi pensó y pensó hasta que la campana de salida sonó a las dos de la tarde. Para ese entonces el semblante de Sofía había cambiado por completo, ya no se veía feliz sino ansiosa. Tomó sus cosas y salió rápido de su salón.
Al salir de la escuela siempre esperaba a su padre cerca de la entrada, cerca de donde había visto al hombre del frac. Se sentó con Cindy a esperar.
Se hicieron las dos con diez, dos con veinte... Ignacio siempre tardaba, pero lo que en realidad la tenía ansiosa era saber del ser de frac. No aparecía y su padre llegaría pronto, y si no aparecía quizás no pudiera verlo jamás. Dieron las dos y media y nada. Entonces Sofi vio el auto de su padre.
Hizo una mueca de decepción y se llevó las manos al rostro.
¡Clap!
-Hola Sofi- dijo el hombre de frac.
Sofi apartó las manos de sí y saltó del susto, y entonces miró al ser que había estado esperando todo el día, más aun que su pastel de cumpleaños. Era mucho más alto de lo que parecía, estaba plantado frente a ella con las manos en la espalda e inclinado hacia Sofía. Entonces la niña notó algo muy peculiar: todo se había detenido, de alguna manera el hombre del frac había detenido el tiempo. Sofi miró a su alrededor y vio que todo mundo se había quedado suspendido en las acciones que llevaban a cabo. Cerca de ellos una madre llevaba a su hijo de la mano, al niño se le resbalaba un mazo de tarjetas de fútbol de la mano. Algunos otros niños jugaban a la pelota que estaba inmóvil en el aire, y a lo lejos vio a su padre que tenía la puerta del auto a medio abrir.
Luego, en un movimiento lento, se incorporó el hombre oscuro imponiendo su esbelta y alta figura. Le salía una mata de pelo de debajo del sombrero, el cual aun le hacía sombra.
Sombra.
Todo se había oscurecido, no demasiado, pero sí lo suficiente como para notarlo, como si a la cámara le hubieras puesto un filtro blanco y negro. Entonces el ser habló de nuevo.
-¿Cómo te la estás pasando pequeña?- Su voz sonaba burlona, como si estuviera a punto de contar un chiste.
-Se... Supone... Que no debo hablar con extraños. Menos si eres un prevetido, eso dice papá.
-¡Oh! Pero no soy un extraño- dijo y se llevó la mano al sombrero- Mi nombre es Érebos- se quitó el sombrero e hizo una reverencia rápida. El cabello largo le cubrió el rostro y casi de inmediato se incorporó calándose el sombrero- Mucho gusto Sofi.
-¿No eres prevetido?- preguntó la niña aun incrédula- porque los prevetidos lastiman a los niños.
-No, Sofi. No soy un pervertido.
-Entonces ¿qué eres?
-Soy un viejo amigo.
Érebos dio media vuelta y se paseó mirando a las congeladas personas.
-¿Cómo sabes mi nombre?- preguntó Sofi, que no confiaba mucho en Érebos.
-Yo sé muchas cosas pequeña, tengo el don de saber las cosas por la forma de tu sombra, por la mirada en tus ojos, por tu forma de silbar, incluso por tu forma de hablar.
-¿Mi sombra?- preguntó Sofi con tono de sorpresa, pues realmente le había parecido algo sumamente genial.
-Sí, yo soy el señor de las sombras.
-Y ¿qué más sabes hacer? ¿Tú detuviste el tiempo?
-Así es, mi pequeña amiga. Puedo hacerlo cuantas veces quiera con solo aplaudir, clap, paramos, clap, seguimos. Clap, clap- decía mientras daba saltitos al ritmo de sus propias palabras. Érebos sonrió. Su sonrisa era una mueca seca que mostraba sus oscuros dientes.
-¿Por qué estás aquí?- preguntó Sofi, que empezaba a sentirse un poco más confiada, pero aun así se mantenía a la defensiva.
-Pues, verás Sofi, he venido desde muy lejos por ti, porque hoy es tu cumpleaños.
-Sí, lo es- ahora la pequeña Sofía mostraba interés en las palabras de Érebos- pero ¿eso qué tiene de importante?
-¡Oh!- dijo el oscuro dando un salto hacia atrás y llevándose una mano a la boca- ¿No lo sabes?
-¿Qué?
-¡Los cumpleaños son magia! !Magia pura y muy poderosa!
Sofi abrió los ojos como platos. Los cumpleaños eran magia pura. La simple idea le pareció demasiado buena para ser verdad, pero, si era cierta, sería lo mejor del día. Al parecer Érebos sabía cómo utilizar esa magia, de otra manera ¿por qué estaría tan interesado en ella?
-Pues, no lo sabía- dijo Sofi un tanto apenada por no saberlo- ¿me explicas?
-Por supuesto, mi querida Sofi. Verás- dijo mientras hacía girar el bastón- la vida de los seres como yo se mueve con magia, de la más poderosa. No de esa magia- dijo señalando con el bastón la frente de Sofi- no, no, no, no... Esa no es magia Sofi- la niña estaba sorprendida, pensaba en el mago de su cumpleaños anterior, que había sacado un conejo de su sombrero- Probablemente no me entiendas si te explico lo que es exactamente, pero esto quizás sí.
Agitó su bastón y lo hizo girar una y otra vez. Ondas empezaron a brotar de la cabeza del bastón y hacían círculos alrededor del diamente de ella. Las ondas se fueron intensificando y adquirieron un color morado intenso. Sofi miraba el espectáculo con la boca abierta y los ojos como grandes platos limpios. De pronto las ondas alcanzaron tal magnitud que formaron un círculo de al menos dos metros de diámetro. En un momento dado, de aquel portal salió un león gigantesco, o al menos eso le pareció a Sofi que jamás había visto a uno en otra cosa que no fueran fotos, saltó frente a Érebos y se sentó delante de él.
-¡Mirad!- dijo Érebos.
-¡Wow!- exclamó Sofi. De pronto todo se había vuelto más claro, como si la luz se hubiera intensificado.
-Apuesto a que es mejor que el conejo de tu cumpleaños pasado, ¿eh? Hay algo que debo confesarte, necesito de esa magia. Si no la obtengo moriré, ¿entiendes?
Sofi tenía una idea muy vaga de lo que era la muerte, pero entendió a la perfección que eso sería algo muy malo para Érebos. Asintió, pero su atención estaba en el león que se relamía los bigotes.
-Pues, verás, mi querida Sofi, necesito de la magia de tu cumpleaños. ¿Me la regalarías?
-¡Claro!- respondió Sofi- pero, ¿cómo te la doy?
Érebos sonrió. Estaba tan alegre que dejó que el león se acercara a Sofi y jugara con ella. El gran león le lamió la mejilla, o más bien la cara entera, a Sofi y subió una de sus patas a las piernas de la niña.
-Pues muy sencillo, mi querida amiga, lo único que debes hacer es desear que yo viva cuando soples las velitas de tu pastel.
Sofi, que aun acariciaba la gran melena del león, meditó un momento.
-No.
La sonrisa de Érebos se desvaneció.
-¿No?- dijo e inmediatamente el león se alejó de Sofi.
-No, pediré una amiga para Cindy- respondió la niña mostrando a su muñeca. De pronto, en donde había sonrisa apareció una mueca de asco.
-¿Una muñeca? Pfff... Humanos, ¿qué podía esperar de una niña? Ustedes las personas desperdician la verdadera magia con deseos estúpidos como un auto, dinero, una persona que no los ama, una muñeca...- el león comenzó a rugir con las fauces cerradas, a la vez que Érebos se ponía fúrico- hace mucho que no escucho de alguien que pida sabiduría, conocimientos, éso sí es útil.
-Lo siento- dijo Sofi muy segura de su respuesta- pero es mi deseo y...
-Nada. No entiendes ¿cierto? Necesito tu magia y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por obtenerla, no tienes una idea de lo que mi magia puede hacer.
Érebos había adquirido un semblante diabólico y su tono de voz se había tornado malévolo. El león empezó a rugir cada vez más fuertes con las fauces más abiertas a cada instante. Sofi tuvo miedo, pero sabía al mismo tiempo que Érebos no la mataría, puesto que necesitaba de su magia, aun así le aterraba.
-No te tengo miedo- dijo Sofi.
-No quiero que me tengas miedo pequeña- sus dientes habían cambiado, se volvían afilados y se multiplicaban, al sonreír parecía como si se tuviera a un tiburón en frente- eso es lo de menos. Lo que quiero es que veas lo que haré si no me das esa magia.
Érebos se acercó a la niña, tanto que quedaron frente a frente distanciados por unos poco centímetros. Sofi trataba de alejarse, más el miedo la había paralizado por completo. El oscuro se llevó las manos al sombrero y se lo quitó, quedando al descubierto sus ojos. Sofi solo alcanzó a ver dos cuencas oscuras y dos esferas amarillas que le envolvían.
Oscuridad. Mucha oscuridad.
Sofi sintió miedo de que Érebos le hubiera llevado a otro lugar lejos de la escuela, pero lo que vino después le aterro más que aquella idea. Primero vio a su padre discutiendo con su madre. Ignacio estaba furioso, tanto que le saltaban las venas del cuello, y le gritaba a su madre. En un momento dado Ignacio golpeaba a su esposa con los puños cerrados. Sofi gritó, pero se dio cuenta que su voz no salía. De pronto vio sangre en los puños de papá, que sonreía de una manera terrorífica.
La oscuridad reinó de nuevo. Sofi lloraba de horror.
De pronto todo se iluminó de nuevo, pero esta vez vio a sus compañeros de clase en su aula. Todos gritaban y pateaban sus bancas, hacían un gran alboroto. En el fondo del aula estaba la maestra llorando de desesperación y de terror. Entonces los niños se fueron contra ella para golpearla y rasguñarla. Sofi solo alcanzó a ver que la maestra sucumbía entre patadas y gritos de sus compañeros.
Oscuridad. Sofi lloraba de horror.
De nuevo vio a su padre. Esta vez estaba sentado en la sala de su casa bebiendo eso que lo ponía contento. Pero su cara era de extrema tristeza, lloraba y lloraba con un dolor insoportable. Sofi cerró los ojos, pues no aguantaba ver a su padre de esa forma, eran cosas que no entendía y que no quería entender jamás. La niña abrió los ojos nuevamente, pero solo se encontró a su padre con un revólver en la boca. ¡Bang!
Oscuridad.
La luz volvió. Esta vez Sofi estaba nuevamente frente a Érebos que la miraba con sus ojos amarillos. El ser oscuro se puso de pie y se caló el sombrero dejando sus ojos en las sombras.
-¿Me comprendes ahora, mocosa?- preguntó Érebos con desprecio.
Sofi solo asintió, las lágrimas habían desaparecido, habían sido parte de la ilusión.
-Soy eso que hace que las personas enloquezcan, lo que provoca que la gente hable sola. Soy lo que hace que algunos tengan la necesidad de matar. Así que no juegues conmigo niña. Me darás ese deseo a menos que quieras que pase todo lo que te he mostrado.
-Pero...
¡Clap!
-¡Mi amor!- gritó Ignacio. El padre cargó a su hija con un brazo.- ¿Cómo te fue hoy, eh?
-¡Papi!- respondió Sofi abrazando fuertemente a su padre. Sintió gran alivio al ver que su padre sonreía en grande manera.
-Venga, vayamos a casa.
Ambos salieron hacia donde estaba el auto, no sin antes sortear al pequeño que recogía sus tarjetas de fútbol, y se pusieron en marcha.
"Me darás ese deseo a menos que quieras que pase todo lo que te he mostrado."
Aquellas palabras resonaban en la cabeza de Sofi. Estaba asustada. No quería perder a mamá o a papá, no quería ver esa clase de sufrimiento. Cuando llegaron a casa su madre la recibió con una gran fiesta, algunos de sus amiguitos estaban ahí y todos ellos le aplaudieron e hicieron una una gran algarabía. En la mesa había un gran pastel con seis velitas que le esperaban encendidas. Sofi no creyó que el soplar las velas fuera a suceder tan pronto, pero su padre adelantó las cosas cargándola y poniéndola frente al pastel.
Se escucharon las mañanitas como en la mañana, pero esta vez era todo un coro que cantaba. Sofi deseó que la canción se alargara más y más, hasta que al fin llegó el momento de soplar las velas.
-¡Pide un deseo!- gritó alguien.
"Una muñeca, una muñeca" pensó Sofi. Entonces escuchó la voz de Érebos. La niña miró por la ventana y vio que el oscuro estaba de pie junto al león mirándola con esos ojos amarillos y dejando ver su dentadura de tiburón.
Sofi miró su pastel con tristeza, levantó la vista y vio a sus padres que esperaban con sendas sonrisas. De pronto las manos de Ignacio se mancharon de sangre y su sonrisa se volvió malévola, su madre, a su lado, tenía el rostro desfigurado. Sus compañeritos adquirieron miradas salvajes que daban miedo. Fuera, Érebos sonreía.
Sofi cerró los ojos y sopló las velitas, sumiendo a todos en una profunda oscuridad.

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